domingo, 1 de septiembre de 2013

Hauschka vs. John Cage

Nuestro cronista en Madrid se apersonó en la presentación de Hauschka y pergeñó un cruce con un antepasado directo del músico alemán: John Cage.




Salon Des Amateurs (FatCat Records, 2011)
Los iniciados estarán al tanto: Hauschka es una marca de cosméticos. Se adivina un mal asunto esto de compartir denominación para un artista como el alemán (nacido Volker Bertelman), que hace del anonimato una suerte de refugio que le permite seguir flameando su seria irreverencia sin que ningún medio de comunicación se vea obligado a cambiar de anunciante. No obstante esta certidumbre, no parece que un pack de cremas exfoliantes vaya a torcer la ruta de Hauschka, empeñado en hacer de cada pieza un elogio del matiz, como cuerpo y a la vez abstracción de una trayectoria que no hace sino avanzar.

Su último trabajo presenta el sugerente título de Salon des Amateurs, nombre tomado de un bar de Dusseldorf donde reside el pianista cuando no está recorriendo el mundo con sus chiches y partituras. Salon Des Amateurs se acerca a sus anteriores placas en la cadencia sinuosa que presenta una música que parece haber sido hecha para jugar a llorar. Pero la madurez de su hambre de indagación le ha hecho construir un minucioso carrusel de texturas sonoras donde aparecen desde el John Cage más experimental hasta la versión menos obsesiva de Michael Nymann; desde el inexorable romanticismo de Eric Satie hasta la electrónica humanizada de Matthew Herbert, todo ello sazonado con colaboraciones fronterizas como las de John Convertino y Joe Burns (Calexico).

Tal mixtura no podía sino enriquecer la madeja creativa del alemán, que comienza a desenrollarse a partir del primer tema del disco, “Radar”, el cual, como una especie de composición primitiva, expulsa de su vientre las siguientes canciones. El oyente atento que se entregue a degustar esta delicia sonora sabrá distinguir los muchos instrumentos que se desperezan dentro del piano de Hauschka, producto de inserciones de tuercas, pilas o pelotas de ping pong que modifican, sutil y bárbaramente, la vibración estándar de las cuerdas; o lo que es lo mismo, un piano preparado al mejor estilo de las conocidas sonatas e interludios de Cage. De este modo sedoso y arrollador, Hauschka, el anónimo, nos recuerda que no hay cosmético posible cuando se trata de trazar la topografía de la incertidumbre.

Sonatas and Interludes for Prepared Piano (1946-48)
El hombre del silencio lo tenía claro: “El único problema con los sonidos es la música”, supo decir en una ocasión. De modo que nadie se escandalizaría si estas palabras con vocación de homenaje analítico acabaran aquí. Porque, ¿qué queda entonces cuando a los sonidos se los despoja de lo que convencionalmente llamamos música? Pues si algo queda, esto se llama John Cage, ese señor de rostro aflautado que la historia registra casi tanto más como teórico que como músico. Ese señor que supo decirle al siglo XX que tras el ruido del progreso descansa el ruido del silencio. Al menos, una versión de él.

Si hay en la historia reciente un personaje musicalmente ávido, ese es John Cage. Sin embargo, su eje de inclinaciones no pasaba necesariamente por la música tal cual la entendemos hoy, ya saben, esa sucesión de repeticiones y variaciones que, embutidas en un soporte y mediante un dispositivo, nos permite viajar sin movernos del lugar. No. A Cage le interesaba “la música que escuchamos cuando estamos en silencio”, es decir, algo parecido al tiempo (es una opinión), con todo lo que ello implica cuando se trata de registrarlo en una placa.

Para alcanzar esta excelencia sonorotemporal Cage nos regala el piano preparado, un nuevo artilugio nacido del centenario instrumento, con el cual alcanzaría metas sonoras hasta entonces inalcanzadas. Corre la década de los años cuarenta y la grabación de Sonatas and Interludes for Prepared Piano es un regalo que, aún hoy, siguen abriendo músicos como el referenciado Hauschka. Pero la pasión fenomenológica de Cage, y una curiosidad a prueba de tristes posguerras, le llevaría a meterse en los cincuenta tramando técnicas azarísticas para elaborar sus composiciones, cuyo desarrollo y el orden de notas y silencios queda en manos de eso que en Occidente llamamos, sin ruborizarnos, suerte.

La carrera de Cage seguiría muchos años más y al azar se le sumarían el ruido, los sonidos atonales, la aleatoriedad y otros invitados de excepción. Ya nada sería igual en el mundo de los sonidos. Y menos que menos en el de la música.

Alejandro Feijóo






No hay comentarios:

Publicar un comentario