Nuestro cronista en Madrid
se apersonó en la presentación de Hauschka y pergeñó un cruce con un antepasado
directo del músico alemán: John Cage.
Salon
Des Amateurs (FatCat Records, 2011)
Los
iniciados estarán al tanto: Hauschka es una marca de cosméticos. Se adivina un
mal asunto esto de compartir denominación para un artista como el alemán
(nacido Volker Bertelman), que hace del anonimato una suerte de refugio que le
permite seguir flameando su seria irreverencia sin que ningún medio de comunicación
se vea obligado a cambiar de anunciante. No obstante esta certidumbre, no
parece que un pack de cremas exfoliantes vaya a torcer la ruta de Hauschka,
empeñado en hacer de cada pieza un elogio del matiz, como cuerpo y a la vez
abstracción de una trayectoria que no hace sino avanzar.
Su
último trabajo presenta el sugerente título de Salon des Amateurs, nombre tomado de un bar de Dusseldorf donde
reside el pianista cuando no está recorriendo el mundo con sus chiches y
partituras. Salon Des Amateurs se
acerca a sus anteriores placas en la cadencia sinuosa que presenta una música
que parece haber sido hecha para jugar a llorar. Pero la madurez de su hambre
de indagación le ha hecho construir un minucioso carrusel de texturas sonoras
donde aparecen desde el John Cage más experimental hasta la versión menos obsesiva
de Michael Nymann; desde el inexorable romanticismo de Eric Satie hasta la
electrónica humanizada de Matthew Herbert, todo ello sazonado con
colaboraciones fronterizas como las de John Convertino y Joe Burns (Calexico).
Tal
mixtura no podía sino enriquecer la madeja creativa del alemán, que comienza a
desenrollarse a partir del primer tema del disco, “Radar”, el cual, como una
especie de composición primitiva, expulsa de su vientre las siguientes
canciones. El oyente atento que se entregue a degustar esta delicia sonora
sabrá distinguir los muchos instrumentos que se desperezan dentro del piano de
Hauschka, producto de inserciones de tuercas, pilas o pelotas de ping pong que
modifican, sutil y bárbaramente, la vibración estándar de las cuerdas; o lo que
es lo mismo, un piano preparado al mejor estilo de las conocidas sonatas e
interludios de Cage. De este modo sedoso y arrollador, Hauschka, el anónimo,
nos recuerda que no hay cosmético posible cuando se trata de trazar la
topografía de la incertidumbre.
Sonatas
and Interludes for Prepared Piano (1946-48)
El
hombre del silencio lo tenía claro: “El único problema con los sonidos es la
música”, supo decir en una ocasión. De modo que nadie se escandalizaría si
estas palabras con vocación de homenaje analítico acabaran aquí. Porque, ¿qué
queda entonces cuando a los sonidos se los despoja de lo que convencionalmente
llamamos música? Pues si algo queda, esto se llama John Cage, ese señor de
rostro aflautado que la historia registra casi tanto más como teórico que como
músico. Ese señor que supo decirle al siglo XX que tras el ruido del progreso
descansa el ruido del silencio. Al menos, una versión de él.
Si
hay en la historia reciente un personaje musicalmente ávido, ese es John Cage.
Sin embargo, su eje de inclinaciones no pasaba necesariamente por la música tal
cual la entendemos hoy, ya saben, esa sucesión de repeticiones y variaciones
que, embutidas en un soporte y mediante un dispositivo, nos permite viajar sin
movernos del lugar. No. A Cage le interesaba “la música que escuchamos cuando
estamos en silencio”, es decir, algo parecido al tiempo (es una opinión), con
todo lo que ello implica cuando se trata de registrarlo en una placa.
Para
alcanzar esta excelencia sonorotemporal Cage nos regala el piano preparado, un
nuevo artilugio nacido del centenario instrumento, con el cual alcanzaría metas
sonoras hasta entonces inalcanzadas. Corre la década de los años cuarenta y la
grabación de Sonatas and Interludes for Prepared Piano es un regalo que,
aún hoy, siguen abriendo músicos como el referenciado Hauschka. Pero la pasión
fenomenológica de Cage, y una curiosidad a prueba de tristes posguerras, le llevaría
a meterse en los cincuenta tramando técnicas azarísticas para elaborar sus
composiciones, cuyo desarrollo y el orden de notas y silencios queda en manos
de eso que en Occidente llamamos, sin ruborizarnos, suerte.
La
carrera de Cage seguiría muchos años más y al azar se le sumarían el ruido, los
sonidos atonales, la aleatoriedad y otros invitados de excepción. Ya nada sería
igual en el mundo de los sonidos. Y menos que menos en el de la música.
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 12: El Soldado)
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