domingo, 1 de septiembre de 2013

La Alhambra

La Alhambra es de esos lugares infinitos que se siguen recorriendo mucho tiempo después de haberlo visitado.

Cuenta la leyenda (la leyenda de los vencedores católicos) que cuando el rey morisco Boabdil abandonaba derrotado Granada, volvió la vista atrás y lloró. No estaba solo. Su madre se lamentó con indignación: “Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”. Como todo el mundo, suponíamos que la ignominia de la capitulación ante Fernando e Isabel estaba detrás de ese llanto. No en vano habían sido ocho siglos de imperio. Después de visitar la Alhambra la leyenda adquiere otro significado. ¿Cuántas de aquellas lágrimas no iban dedicadas al palacio que dejaba a su espalda, aquel que Boabdil llamaba “el paraíso terrenal”?

La Alhambra es un palacio de palacios, un enjambre de estancias sucesivas y superpuestas protegido del exterior por una muralla que domina el cerro de La Sabika. En su interior apabulla la presencia del vacío. Es determinante, para quien la visita, abarcar la armonía que alcanza el espacio desnudo, recorrido por corrientes de viento y el rumor constante del agua contra las acequias. Dejarse llevar por los pasillos, detenerse ante un estanque, rozar con los dedos una columna y guardar silencio son recetas que nos animamos a darles. Los jardines del Generalife coronan la fortaleza con una textura infinita que huele y suena.

Es el monumento más visitado de España y como tal, un hervidero de gente. Las visitas horarias ordenan la maroma, conviene ser precavido con el tiempo de llegada. Es imprescindible llevar agua y en verano, artilugios variados contra la caló; la mañana es inmejorable también para el recorrido. Pero a pesar de ser un centro turístico de orden mundial y recibir más de dos millones de visitas al año, la soledad es posible en la Alhambra. Rodeado de todos, envuelto de vacío, con las lágrimas de Boabdil llorando entre los labios.

Alejandro Feijóo





No hay comentarios:

Publicar un comentario