domingo, 1 de septiembre de 2013

Poemas culinarios

“¡A la mesa!”, gritó mamá. Y todos corrimos con papel y lápiz a lavarnos las manos en la belleza sencilla de la cebolla y el congrio

Desde los púlpitos soviéticos, la bocha lustrosa de Lenin temblaba de emoción al declarar la violencia como la partera de la historia. Lo que en realidad significaba el intenso de Vladimir era que en la cocina de la humanidad bullían los guisos de las bayonetas condimentados por la clase social que protagonizaría el porvenir. Las cosas después se fueron torciendo, sería inútil negarlo, y los humos de la antítesis hoy ennegrecen aquello que irremediablemente acabará por no llegar nunca.

Es probable o seguro que algunos de los poetas que leerán a continuación abrazaran o hayan abrazado el leninismo. Es igual. Lo importante es que en la cocina de sus poesías refulgen los verbos precisos, los adjetivos cortados en juliana, las sinécdoques a la maryland. Pues cuando un poeta dedica temáticamente sus creaciones a la comida y su proceso de elaboración está en realidad duplicando la metáfora: la cocina está en el poema que a su vez se cocina en la palabra. Doble sazón de lo inasible, doble arquetipo de la papila gustativa.

Quienes esto editamos no sabemos mucho de fogones ni de deslumbramientos verbales, aunque nos gusta creer que nos arreglamos bastante bien en ambas materias. Tampoco somos gente violenta, aunque algunas canas tengamos por haber dejado de gritar. Por ello, con la llaneza del comensal convidado en mesa ajena, los invitamos a compartir estos versos heterogéneos en tiempo y forma, pero comúnmente construidos desde el relamerse y su posterior asombro. Si Lenin hubiera sabido que la partera de la historia cabía en un cucharón, por ahí hubiera conservado algo de su cabellera.

Alejandro Feijóo





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