El último trabajo de
Leonard Cohen se escucha como una invitación ceremonial a compartir dudas,
incertidumbres y demás crepúsculos vitales.
El
mundo de la canción sufre por estos días un revuelo de dimensiones. Uno de sus
tótems ha cruzado la frontera de la novedad con un material crepuscular que
tiene mucho de ceremonia de fe y que incluso se acerca a lo testamentario. Tal
ha sido el vuelco espiritual que Leonard Cohen se convirtió, gracias a Old Ideas, en el artista de más edad
(77) en conseguir el primer puesto en la lista de ventas de algunos países
europeos. Y todo ello con un disco mínimo, que no menor, en el que la
taquicardia no aflora por riffs o fills sino por metáforas y sinécdoques.
Como
suele ocurrir en este mundo-blog, las aguas encontrarán en ambas orillas
argumentos para su división. Los cofrades del artista canadiense blandirán las
pistas de Old Ideas como pruebas de
la existencia de un dios íntimo que se comunica con cada alma en exclusiva,
mientras que los incrédulos razonarán que el intimismo no es distinción sino
sello de la marca Cohen. En medio transcurren diez canciones que recuperan el
aire tenso de himnos como “Suzanne” o “So Long, Marianne”, reencarnados en
temas sacros como “Amen” o “Show me the place”. Encabezan la ceremonia las
“viejas ideas” del título que, a la vista del carácter especular de la placa,
pueden leerse como un guiño irónico a eso que viene después de la vida y que
algunos llaman “historia”.
Los
años han dotado a la voz de Cohen de una gravedad que hace eco contra las
paredes del susurro. Y lo que nunca terminó de ser canto es hoy un ruego por
que el tiempo haga su trabajo con la mayor modestia posible. A ello canta, sin
aspavientos ni cuentas pendientes, con piano, cuerdas y un aire a taxidermia
que entristece e ilusiona a un tiempo, que te obliga a bajar la vista tanto
como buscar consuelo en la vieja idea del horizonte.
Old Ideas (2012, Columbia)
Alejandro
Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 19: El Pescado)
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