Las cárceles imaginarias de Piranesi atraviesan los siglos sin perder un ápice de su demencial modernidad.
Si diéramos por canónicas las palabras de Roberto Juarroz que publicamos en este mismo número (“El hombre es siempre / el constructor de una cárcel. / Y no se conoce a un hombre / hasta saber qué cárcel ha construido”), lo más natural sería concluir que Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) es uno de los artistas más transparentes de la historia. Para ello, deberíamos permitirnos alguna licencia, como la de interpretar de manera generosa el grupo nominal constructor de una cárcel, pues este prolífico arquitecto y grabador veneciano no edificó, en sentido estricto, prisión alguna. Sin embargo, el puñado de proyecciones carcelarias bautizadas como Carceri d’Invenzione (‘Cárceles imaginarias’) constituye una obra magna que bien equivaldría a la edificación propiamente dicha. En este conjunto de aguafuertes febriles, Piranesi expresa –con iguales dosis de refinamiento técnico e incontinencia ficcional– los diferentes planos de profundidad de un universo irrealizado que tanto se apoya en los círculos concéntricos de Dante como se proyecta hacia las artes audiovisuales del siglo XX.
La serie Cárceles imaginarias tiene su origen en 1745 y culmina con una segunda edición publicada en 1760 hasta completar las dieciséis láminas. Los grabados se caracterizan por la lobreguez, la profundidad de los espacios y la disposición laberíntica de los elementos. La fractura continua de la perspectiva y la multiplicación de los puntos de fuga configuran una superposición de planos donde los lados y los extremos mutan sus funciones. “Decoradas” con cadenas, instrumentos de tortura y una sucesión transversal de bóvedas y ojivas, las cárceles imaginarias de Piranesi proponen diálogos de luz y sombra que acaban creando un efecto que no es tanto de horror como de desesperanza. La atmósfera de opresión, por tanto, no deviene de la exposición y la crudeza y sí de la ruptura de la escala y la sobreornamentación de unos espacios que, con algo más que criterio lúdico, han sido calificados como “arquitecturas muertas”.
La intención catedralicia de las láminas, combinada con un grado de detalle propio del burilador, acaba por dotar a las imágenes de una fantasmagoría que influyó sobre los artistas románticos del XIX y posteriormente sobre los surrealistas. Tampoco resulta difícil adivinar el goteo estético de las Cárceles imaginarias sobre algunas grandes producciones cinematográficas. Y por supuesto es también inevitable recuperar los trayectos imposibles de Maurits C. Escher en el laberinto de escaleras de Piranesi. Con todo ello, no es solo la subversión de las leyes geométrico-espaciales lo que ensancha temporalmente esta serie de grabados. El carácter imaginario de las prisiones de Piranesi fuerza la atemporalidad y las proyecta hacia el presente. No es anacrónica la escalera lóbrega que tuerce sobre sí misma para morir contra el muro o el vacío (a pesar de que Guantánamo sea una planicie diáfana y simétrica), sino que en tanto invención afiebrada esa escalera aún espera ser recorrida por el prisionero que llegará, por el que acabará llegando.
Salvo en la segunda de las láminas, la presencia humana es modesta en las Cárceles imaginarias. Se trata por lo general de siluetas oscuras de desheredados a los que se expone casi como un contorno, rozando la visibilidad. La mayoría de estas figuras humanas aparecen esclavizadas, víctimas del cepo, el látigo y las cadenas. Pero otras se adivinan sutilmente perdidas en los pasillos de lo que tres siglos más tarde sería un proceso kafkiano. A propósito de Kafka, cabe mencionar que de los cientos de proyectos arquitectónicos ideados por Giovanni Piranesi, solo uno llegó a ejecutarse. Se trata de la iglesia romana de Santa María del Priorato, reformada (que no construida) según sus diseños. El hecho de que bajo sus piedras descansen hoy los restos del veneciano deja trazar una analogía con la suerte del desgraciado de “Ante la ley”, el relato de Franz Kafka incluido en El proceso. Como recordarán, un hombre deja su vida ante las puertas de la ley resguardadas por un guardián implacable que, una y otra vez, impide su entrada. Antes de que el hombre acabara por consumirse, el guardián le explica a los gritos: “Solo a ti estaba destinada esta puerta”, esta iglesia, Piranesi, que sobre tus restos se levanta.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto
No Es Una Revista, número 25: La Gallina)
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