domingo, 1 de septiembre de 2013

Christian Scott vs. Miles Davis

El joven parece tener mil años, y el viejo, desde la tumba, frasea como un gangsta. Christian Scott y Miles Davis se suben juntos al ring y noquean a cuanto ortodoxo traspase la frontera.


Yesterday You Say Tomorrow (Concord Records, 2010)
Si seguimos a Woody Allen, cuando decía aquello de que tras mucho escuchar a Wagner le daban ganas de invadir Polonia, una sesión continua de Christian Scott concluye casi necesariamente en deseos de conocer a Miles Davis. Pero no tanto de escucharlo (que también), más bien en deseos de verlo personalmente, darle un abrazo, reconocerle en ese apretón todo lo que ha hecho por este ecosistema en permanente desequilibrio llamado jazz. Porque lo de este trompetista nacido en Nueva Orleáns, y que ahora esgrime con insolencia sus veintipocos años, es obra conceptual desde el primer soplido.

OK, la crítica de medio mundo lo mima como a especie en extinción y eso convoca a la desconfianza; OK, los blogueros del otro medio mundo babean píxeles cuando cuelgan sus discos, y eso estimula el deseo de discriminar. Pero abrirse al disco con la escucha de “KKPD” y al toque asomarse a “The Eraser” (cover de Yorke) nos convierte en carmelitas de la tolerancia para con los mencionados lobbies.

Hay muchos ‘jazzes’ guardados en los pulmones de Scott; y es casi inevitable que alguno de ellos nos traiga a Davis. Otros, sin embargo y sin contradicción, invitan a Coltrane, y también a Hendrix y a Dylan. Digamos que Scott construye un sólido equilibrio entre clasicismo y modernidad, con un pie sobre el disco de pasta y el otro en el iTunes. Decíamos, desde el principio de Yesterday You Say Tomorrow tenemos la impresión de que aquí se cuece algo grueso. Y aunque mediada la placa la propuesta se suaviza, ello no significa que se ponga melosa, pues responde a la intimidad que agita su propuesta. Y claro, en los créditos de Yesterday You... encontramos el nombre de Rudy Van Gelder, el único ingeniero de sonido que se ha atrevido a discutir con el jazz quién era el huevo y quién la gallina.

Birth of the Cool (Capitol Records, 1954)
A sus insolentes veintipocos años, el tal Miles Davis grabó en distintas sesiones los primeros brochazos de algo que entonces no se sabía bien qué era, aunque las coordenadas de esa cosa ya pasaban por el desconcierto y el estímulo, la claridad y el misterio, tan complejo y sencillo lo nuevo. Morían para esa época los venenosos años cuarenta, mientras los cincuenta nacían con ganas de alumbrar joyas como las de Birth of the Cool, que la Capitol reunió y publicó algunos años más tarde, cuando Davis ya grababa para Prestige.

El formato de noneto que registró los temas de Birth... regala nombres como los de Lee Konitz o Gerry Mulligan, dos blanquitos que ayudaron al negrito Davis a innovar y, acaso con más intervención del azar de la que nos gustaría imaginar, a protagonizar el nacimiento de un género o subgénero o como queramos llamar a este alumbramiento de la sofisticación que moría por ser parido.

Quiso el sino que más de medio siglo después, el tal Rudy Van Gelder se “encontrara” con las grabaciones originales de Birth... Seguramente animado por el recuerdo de sus discos con Davis, y acaso motivado por seguir dirimiendo su disputa con la historia, Rudy echó mano a aquellas piezas de museo y donde antes había un máster avejentado hay ahora una paleta de texturas que hacen de Birth… una joya de la modernidad. Y por aquello de los milagros de la tecnología, quién sabe, si Miles, algún día, conseguirá sonar como este tal Christian Scott...

Alejandro Feijóo





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