El
joven parece tener mil años, y el viejo, desde la tumba, frasea como un gangsta. Christian Scott y Miles Davis
se suben juntos al ring y noquean a cuanto ortodoxo traspase la frontera.
Si seguimos a Woody
Allen, cuando decía aquello de que tras mucho escuchar a Wagner le daban ganas
de invadir Polonia, una sesión continua de Christian Scott concluye casi
necesariamente en deseos de conocer a Miles Davis. Pero no tanto de escucharlo
(que también), más bien en deseos de verlo personalmente, darle un abrazo,
reconocerle en ese apretón todo lo que ha hecho por este ecosistema en
permanente desequilibrio llamado jazz. Porque lo de este trompetista nacido en
Nueva Orleáns, y que ahora esgrime con insolencia sus veintipocos años, es obra
conceptual desde el primer soplido.
OK,
la crítica de medio mundo lo mima como a especie en extinción y eso convoca a
la desconfianza; OK, los blogueros del otro medio mundo babean píxeles cuando
cuelgan sus discos, y eso estimula el deseo de discriminar. Pero abrirse al
disco con la escucha de “KKPD” y al toque asomarse a “The Eraser” (cover de
Yorke) nos convierte en carmelitas de la tolerancia para con los mencionados lobbies.
Hay
muchos ‘jazzes’ guardados en los pulmones de Scott; y es casi inevitable que
alguno de ellos nos traiga a Davis. Otros, sin embargo y sin contradicción,
invitan a Coltrane, y también a Hendrix y a Dylan. Digamos que Scott construye
un sólido equilibrio entre clasicismo y modernidad, con un pie sobre el disco
de pasta y el otro en el iTunes. Decíamos, desde el principio de Yesterday
You Say Tomorrow tenemos la impresión de que aquí se cuece algo grueso. Y
aunque mediada la placa la propuesta se suaviza, ello no significa que se ponga
melosa, pues responde a la intimidad que agita su propuesta. Y claro, en los
créditos de Yesterday You... encontramos el nombre de Rudy Van Gelder,
el único ingeniero de sonido que se ha atrevido a discutir con el jazz quién
era el huevo y quién la gallina.
Birth
of the Cool (Capitol Records, 1954)
A
sus insolentes veintipocos años, el tal Miles Davis grabó en distintas sesiones
los primeros brochazos de algo que entonces no se sabía bien qué era, aunque
las coordenadas de esa cosa ya pasaban por el desconcierto y el estímulo, la
claridad y el misterio, tan complejo y sencillo lo nuevo. Morían para esa época
los venenosos años cuarenta, mientras los cincuenta nacían con ganas de
alumbrar joyas como las de Birth of the Cool, que la Capitol reunió y
publicó algunos años más tarde, cuando Davis ya grababa para Prestige.
El
formato de noneto que registró los temas de Birth... regala nombres como
los de Lee Konitz o Gerry Mulligan, dos blanquitos que ayudaron al negrito
Davis a innovar y, acaso con más intervención del azar de la que nos gustaría
imaginar, a protagonizar el nacimiento de un género o subgénero o como queramos
llamar a este alumbramiento de la sofisticación que moría por ser parido.
Quiso
el sino que más de medio siglo después, el tal Rudy Van Gelder se “encontrara”
con las grabaciones originales de Birth...
Seguramente animado por el recuerdo de sus discos con Davis, y acaso motivado
por seguir dirimiendo su disputa con la historia, Rudy echó mano a aquellas
piezas de museo y donde antes había un máster avejentado hay ahora una paleta
de texturas que hacen de Birth… una
joya de la modernidad. Y por aquello de los milagros de la tecnología, quién
sabe, si Miles, algún día, conseguirá sonar como este tal Christian Scott...
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 6: El Perro)
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