Pulseada musical entre el
despeinado Zach Condon y el engañosamente atildado Jeff Magnum, en la que dos
tremendos músicos con sugestivos apellidos no producen sino un interesantísimo
encuentro estético.
The
Rip Tide (Pompeii Records, 2011)
Zach
Condon es un yanqui despeinado con la cara redonda que más parece un holandés
en busca del tulipán perdido que el músico que ha vuelto a poner patas arriba
el paisaje musical con la edición de The
Rip Tide, el último disco de su banda Beirut. Siguiendo la línea histórica
marcada por Gulag Orkestar (2006),
Condon vuelve a destellar con la pátina balcánica que lo ha convertido en un
tipo de referencia en esto del indie lo-fi. Pero su propuesta va más allá y se
caracteriza por un lirismo de baja intensidad y alta languidez, un contraste
gracias al cual Condon ha reescrito con precisión el concepto de música global.
Pero
sería injusto restringir la oferta musical de Beirut a sus aires balcánicos,
pues en las estimulantes composiciones de Condon conviven lo zíngaro, los
ukeleles, el barniz de los Cárpatos, canciones mínimas y una entrega coral que
nace necesariamente de un alma solitaria, la de un joven veinteañero que ya es
un experto en el mundo de la música. Condon empezó a grabar sus propias
composiciones a la edad de 15 años, y con solo 21 obligó a muchos a rediseñar
el mapamundi con Gulag Orkestar, su
álbum debut que desde el título marcaba la tendencia de la hibridez sonora y
para cuya grabación contó con la participación, entre otros, de Jeremy Barnes,
antiguo miembro de Neutral Milk Hotel.
Así,
este multiinstrumentista que compone, graba y produce da la impresión de ser
una fuente inagotable de creación. Aunque su vitalidad no es la de un
saltimbanqui ni la de un vocalista que vacía sus pulmones. Porque del mismo
modo en que Neutral Milk Hotel rezuma una energía finisecular en ese atropello
por la metáfora, Beirut se enfrenta a la incertidumbre del veintiuno con la
cara lavada y el siglo por delante.
On
Avery Island (Merge, 1996)
Intentar
la normalización de un hecho extraordinario mediante explicaciones suele traer
dificultades. Aun cuando del suceso nos separen ya quince años, un lapso de
tiempo considerable que en la música moderna se convierte en eternidad. Porque
desde 1996, año de publicación de On
Avery Island, mucho se ha escrito intentando descifrar las claves que han
hecho del álbum debut de Neutral Milk Hotel (NMH) una obra de las llamadas “de
culto”.
La
banda se había formado poco antes gracias al empeño de su líder y único miembro
permanente, Jeff Mangum, en Ruston (Luisiana), una ciudad que a esas alturas de
la década era una especie de Seattle del indie, ese transgénero un poco
sobrevalorado en el que conviven sin aparente conflicto desde Pulp hasta
Fugazi, desde PJ Harvey hasta REM sin que nadie rasgue las vestiduras de nadie.
Aunque el paraguas indie acabó dando más sombras que luces a NMH, pues tanto en
este disco como en el siguiente y último de su corta carrera, el magnífico In The Aeroplane Over The Sea, se tiene
la sensación de que el cosmos independiente no es más que un molde que
encorseta la creatividad de Mangum, deseosa de salir a escena sin las fronteras
de ningún género.
En
NMH podemos encontrar los ecos de un Lennon que ha aceptado reencarnarse en
McCartney; también aparece Sonic Youth y su distorsionado ruidismo, y hasta la
psicodelia de Pink Floyd tamizada por un colchón sónico sobre el que se apoyan
la voz desentonada de Mangum y una guitarra acústica que crece entre banjos,
acordeones y órganos de latón. Este mejunje de estilos acaba creando una
estética del quebranto, una brújula cuyo norte marca el sitio donde se celebran
los funerales de la ilusión, mientras las referencias de sus letras remiten a
una suerte de expresionismo surrealista, algo así como El Mago de Oz pasado por
la licuadora de Fellini.
El
testigo de NMH lo recogen hoy bandas como Animal Collective, Arcade Fire o
Beirut, encargadas de mantener vigente el misterio de cómo un desconocido
estudiante proveniente de una pequeña ciudad sureña pudo etiquetar a toda una
generación con el brillo raro de una vela que, en medio de una tormenta, se
resiste mágica y tozudamente a la devastación de lo normal.
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 16: El Anillo)
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