domingo, 1 de septiembre de 2013

Beirut vs. Neutral Milk Hotel

Pulseada musical entre el despeinado Zach Condon y el engañosamente atildado Jeff Magnum, en la que dos tremendos músicos con sugestivos apellidos no producen sino un interesantísimo encuentro estético.



The Rip Tide (Pompeii Records, 2011)
Zach Condon es un yanqui despeinado con la cara redonda que más parece un holandés en busca del tulipán perdido que el músico que ha vuelto a poner patas arriba el paisaje musical con la edición de The Rip Tide, el último disco de su banda Beirut. Siguiendo la línea histórica marcada por Gulag Orkestar (2006), Condon vuelve a destellar con la pátina balcánica que lo ha convertido en un tipo de referencia en esto del indie lo-fi. Pero su propuesta va más allá y se caracteriza por un lirismo de baja intensidad y alta languidez, un contraste gracias al cual Condon ha reescrito con precisión el concepto de música global.

Pero sería injusto restringir la oferta musical de Beirut a sus aires balcánicos, pues en las estimulantes composiciones de Condon conviven lo zíngaro, los ukeleles, el barniz de los Cárpatos, canciones mínimas y una entrega coral que nace necesariamente de un alma solitaria, la de un joven veinteañero que ya es un experto en el mundo de la música. Condon empezó a grabar sus propias composiciones a la edad de 15 años, y con solo 21 obligó a muchos a rediseñar el mapamundi con Gulag Orkestar, su álbum debut que desde el título marcaba la tendencia de la hibridez sonora y para cuya grabación contó con la participación, entre otros, de Jeremy Barnes, antiguo miembro de Neutral Milk Hotel.

Así, este multiinstrumentista que compone, graba y produce da la impresión de ser una fuente inagotable de creación. Aunque su vitalidad no es la de un saltimbanqui ni la de un vocalista que vacía sus pulmones. Porque del mismo modo en que Neutral Milk Hotel rezuma una energía finisecular en ese atropello por la metáfora, Beirut se enfrenta a la incertidumbre del veintiuno con la cara lavada y el siglo por delante.

On Avery Island (Merge, 1996)
Intentar la normalización de un hecho extraordinario mediante explicaciones suele traer dificultades. Aun cuando del suceso nos separen ya quince años, un lapso de tiempo considerable que en la música moderna se convierte en eternidad. Porque desde 1996, año de publicación de On Avery Island, mucho se ha escrito intentando descifrar las claves que han hecho del álbum debut de Neutral Milk Hotel (NMH) una obra de las llamadas “de culto”.

La banda se había formado poco antes gracias al empeño de su líder y único miembro permanente, Jeff Mangum, en Ruston (Luisiana), una ciudad que a esas alturas de la década era una especie de Seattle del indie, ese transgénero un poco sobrevalorado en el que conviven sin aparente conflicto desde Pulp hasta Fugazi, desde PJ Harvey hasta REM sin que nadie rasgue las vestiduras de nadie. Aunque el paraguas indie acabó dando más sombras que luces a NMH, pues tanto en este disco como en el siguiente y último de su corta carrera, el magnífico In The Aeroplane Over The Sea, se tiene la sensación de que el cosmos independiente no es más que un molde que encorseta la creatividad de Mangum, deseosa de salir a escena sin las fronteras de ningún género.

En NMH podemos encontrar los ecos de un Lennon que ha aceptado reencarnarse en McCartney; también aparece Sonic Youth y su distorsionado ruidismo, y hasta la psicodelia de Pink Floyd tamizada por un colchón sónico sobre el que se apoyan la voz desentonada de Mangum y una guitarra acústica que crece entre banjos, acordeones y órganos de latón. Este mejunje de estilos acaba creando una estética del quebranto, una brújula cuyo norte marca el sitio donde se celebran los funerales de la ilusión, mientras las referencias de sus letras remiten a una suerte de expresionismo surrealista, algo así como El Mago de Oz pasado por la licuadora de Fellini.

El testigo de NMH lo recogen hoy bandas como Animal Collective, Arcade Fire o Beirut, encargadas de mantener vigente el misterio de cómo un desconocido estudiante proveniente de una pequeña ciudad sureña pudo etiquetar a toda una generación con el brillo raro de una vela que, en medio de una tormenta, se resiste mágica y tozudamente a la devastación de lo normal.

Alejandro Feijóo





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