Dejo apenas por un momento la
digresión prácticamente infinita del trabajo asalariado para resumergirme en el
mejor oficio del mundo: ser poeta
Del
abrazo un suspiro de lago
Sus
aguas amansan
Por
encima del sueño salobre
Desvalido
del almíbar
Un
aljibe más del desvelo
Que
desagua sobre tus cuerpos
Siempre
fugados
Sin
la forma de las yemas
Sin
hundirse en lo hondo
Siempre
yéndose cuerpos
Barco
a barco
Siempre
la espuma hundiendo a la vigilia
Luego
nada más que agua
Dulce
acaso todo lo demás
Que
queda por ausentarse
Tus
cuerpos nos helamos
A
bosques de distancia
Más
allá de la estampida
Si
apenas fuimos cada apenas
Mientras
tanto
Todo
el tiempo fue siendo entonces
Y
tus cuerpos volvimos a faltar
Con
la cortesía del aterido
Pidiendo
clemencia a la fiebre
Por
no haber sido abrazados.
De pena y las hilachas
Ya
veré
La
esparta tejiendo
Temblores
de trama
Del
aire
Un
latir
Nada
abstracto
En
telas salvajes y esperas
Y
un malón de malones de tus ojos
Enhebran
polvaredas
Todo
seco todo cactus
En
la urdimbre del ladrido
Embozado,
sin el morir
De
pena y las hilachas
Por
nacer postergado
La
noche del día que nos dejamos
De
empezar a veré.
Pero apenas defenso
La
voz del volver me canta
Sola
al oído de rejas
Un
oratorio al desierto
Al
orden de sus arenas
Inmovedizas
Que
cubren de sombra los versos
Las
marcas en la piel
El
tajo flamante de rojo
De
sangre de un estreno.
Todas
las horas
Que
la herida sepa soportar
Sobre
sus bordes generosos
Serán
bienvenidas
Al
igual que se acuna
Al
espanto en cada goce
La
lumbre en cada tiniebla
O
el firmamento en el olvido
Como
un secreto guardado entre las rocas
Pero
apenas defenso
De
la intemperie del otro
Y
sin embargo con un rastro de ancestros
Que
lo acabaría fundiendo al sinfín.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto No
Es Una Revista, número 34: La Cabeza)
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