jueves, 2 de febrero de 2017

Fragmentos de un diario vivido

Aquel que fuimos no solo no volverá, tampoco puede defenderse del ataque de un futuro que se consolida

Fragmentos de un diario vivido, casi y aún vivido. Cenizas exhumadas, terrones de vida recuperados de la galería por donde vagan las sombras de lo que espero. Instantes de dolor, ligerísimas manifestaciones de pánico, penas abismales: son sensaciones que planean paralelas. Restos de vivencia esparcidos sobre una página en blanco. Mendrugos desparramados en un cielo virgen constatan la joven ansiedad de la hoja en blanco porque el vigor de la palabra descosa su himen.



Los recuerdos para el escritor son lo que la topografía para el satélite: pecas que una Fuerza superior (Meteorología, Azar, Tiempo) supo desparramar con desdén y negligencia sobre la geografía de la anécdota narrativa. El satélite compone su mapa a partir de convenciones, reducciones que se antojan tolerables. El escritor compone el suyo con otros indicios, porque distintos son sus accidentes literarios: novias engalanadas de domingo, vasos rotos convocados del ayer, arroyos donde las piedras hunden concéntricamente su misterio, moldes de arena, mareas imperceptibles llegando con disimulo a la orilla de la reminiscencia, fotos en blanco y negro, cumpleaños de los que solo sobrevive la fecha, pequeñas poblaciones aisladas de proximidad, una lluvia determinada cayendo sobre un paraguas único, el alba que dibujó una pálida aureola contra el suelo de baldosas, la suavidad de un día de verano en la playa y cada grano de arena de esa playa; un atardecer sin pretensiones. También la vida interrumpida por una muerte incurable. Fragmentos de un diario casi vivido que conforman lo más parecido al coso del Todo.

Son miles las piezas del museo del mundo real, irreversible, unidireccional, irretransitable. Recuerdos encontrados en el remite de una carta, en la disposición de las sillas del jardín, en una pluma que se mece al compás de una madrugada sofocante. Estímulos eléctricos que dan a luz en el bosque de palabras. Resulta imposible calcar sus contornos difusos; imposible regresar a la línea de partida. Pienso, Aquel que fuimos no solo no volverá, tampoco puede defenderse del ataque de un futuro que se consolida. Un espacio sin mesura, sin el mismo convencimiento del rojo o el calor, sin la contundencia del sabor o la imagen animada. Un espacio desprovisto de los límites de lo vivido. Únicamente se accede a ramilletes, a parciales ramilletes de vida con distinta intensidad de grises. Ante la dispersión, el trabajo consiste en traducir un idioma ejercido en la acción del tiempo pero de un presente tan efímero que debemos transformar en inteligible, reduciéndolo, sin embargo, de significado. Captar la esencia de su espíritu y despojar de relevancia lo que nos pueda desvelar, más allá de la belleza que conlleva su desarrollo.

Monet decía ser pintor a causa de las flores. A causa de las flores me imagino asesino, o perfumista. El artista explora el misterio de la flor, que es a su vez la porción más accesible. Y entre mundo y mundo, la tristeza de un entierro, el estreno del beso de siempre, una despedida en los puertos: estímulos que poca relación tengan con los pétalos del presente. Porque un poeta sin memoria es como un ladrón abrumado por la decencia. ¿Acaso no es solo recuerdo todo lo que se escribe, aunque esas frases hablen de futuro? El acto físico de la palabra implica evocación. Sí, proviene de otro tipo de memoria, pero no se trata de otra clase de recuerdos. No se deja de morir o de soñar, de tañer un nuevo amor o expatriarse a causa de las flores o de su ausencia. La interacción de signos produce poemas o partituras, no rosas. No se escapa a esta premisa. La condena es a la derrota. Manos al fracaso.

Alejandro Feijóo


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