Aquel que fuimos no solo no
volverá, tampoco puede defenderse del ataque de un futuro que se consolida
Fragmentos
de un diario vivido, casi y aún vivido. Cenizas exhumadas, terrones de vida
recuperados de la galería por donde vagan las sombras de lo que espero.
Instantes de dolor, ligerísimas manifestaciones de pánico, penas abismales: son
sensaciones que planean paralelas. Restos de vivencia esparcidos sobre una
página en blanco. Mendrugos desparramados en un cielo virgen constatan la joven
ansiedad de la hoja en blanco porque el vigor de la palabra descosa su himen.
Los recuerdos para el escritor son lo que la topografía para el satélite: pecas
que una Fuerza superior (Meteorología, Azar, Tiempo) supo desparramar con
desdén y negligencia sobre la geografía de la anécdota narrativa. El satélite
compone su mapa a partir de convenciones, reducciones que se antojan tolerables.
El escritor compone el suyo con otros indicios, porque distintos son sus
accidentes literarios: novias engalanadas de domingo, vasos rotos convocados
del ayer, arroyos donde las piedras hunden concéntricamente su misterio, moldes
de arena, mareas imperceptibles llegando con disimulo a la orilla de la
reminiscencia, fotos en blanco y negro, cumpleaños de los que solo sobrevive la
fecha, pequeñas poblaciones aisladas de proximidad, una lluvia determinada
cayendo sobre un paraguas único, el alba que dibujó una pálida aureola contra
el suelo de baldosas, la suavidad de un día de verano en la playa y cada grano
de arena de esa playa; un atardecer sin pretensiones. También la vida
interrumpida por una muerte incurable. Fragmentos de un diario casi vivido que
conforman lo más parecido al coso del Todo.
Son
miles las piezas del museo del mundo real, irreversible, unidireccional,
irretransitable. Recuerdos encontrados en el remite de una carta, en la
disposición de las sillas del jardín, en una pluma que se mece al compás de una
madrugada sofocante. Estímulos eléctricos que dan a luz en el bosque de
palabras. Resulta imposible calcar sus contornos difusos; imposible regresar a
la línea de partida. Pienso, Aquel que fuimos no solo no volverá, tampoco puede
defenderse del ataque de un futuro que se consolida. Un espacio sin mesura, sin
el mismo convencimiento del rojo o el calor, sin la contundencia del sabor o la
imagen animada. Un espacio desprovisto de los límites de lo vivido. Únicamente
se accede a ramilletes, a parciales ramilletes de vida con distinta intensidad
de grises. Ante la dispersión, el trabajo consiste en traducir un idioma
ejercido en la acción del tiempo pero de un presente tan efímero que debemos
transformar en inteligible, reduciéndolo, sin embargo, de significado. Captar
la esencia de su espíritu y despojar de relevancia lo que nos pueda desvelar,
más allá de la belleza que conlleva su desarrollo.
Monet
decía ser pintor a causa de las flores. A causa de las flores me imagino
asesino, o perfumista. El artista explora el misterio de la flor, que es a su
vez la porción más accesible. Y entre mundo y mundo, la tristeza de un
entierro, el estreno del beso de siempre, una despedida en los puertos:
estímulos que poca relación tengan con los pétalos del presente. Porque un
poeta sin memoria es como un ladrón abrumado por la decencia. ¿Acaso no es solo
recuerdo todo lo que se escribe, aunque esas frases hablen de futuro? El acto
físico de la palabra implica evocación. Sí, proviene de otro tipo de memoria,
pero no se trata de otra clase de recuerdos. No se deja de morir o de soñar, de
tañer un nuevo amor o expatriarse a causa de las flores o de su ausencia. La
interacción de signos produce poemas o partituras, no rosas. No se escapa a
esta premisa. La condena es a la derrota. Manos al fracaso.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto No
Es Una Revista, número 36: La Manteca)
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