Cualquiera que mínimamente sea o haya sido
aficionado al boxeo, sabe que el nombre de Don King representa palabras
mayores. A él se le deben cientos de combates, y docenas de campeones. Pero si
hay un día por el que será recordado, ese es el de la pelea del siglo.
Don King armó el combate entre el entonces campeón
de los pesos pesados, George Foreman, y el ex campeón del mundo, Muhamad Alí.
Corría el año 1974 y el extravagante promotor les prometió cinco millones de dólares
para cada uno por enfrentarse. Cuando les hizo firmar los contratos la plata
todavía no estaba. Entonces don King, hombre inescrupuloso donde los haya,
recurrió el patrocinio, digamos, de Mobutu Sesé, entonces presidente de Zaire.
Mobutu no era precisamente un amigo de los derechos
humanos, y encontró en la organización del combate el aire propagandístico que
necesitaba. Y al mismo tiempo, Don King se apuntaba un tanto importante al
llevar a África la pelea más importante que se podía disputar en ese momento.
Ni Mobutu ni Don King repararon en gastos. La
organización fue a todo trapo, y para la presentación del combate llevaron
hasta Zaire a artistas como James Brown, The Spinners o BB King.
La pelea
tendría que haberse celebrado originalmente el 25 de septiembre, pero un
esparring le cortó a Foreman una ceja en un entrenamiento, así que el encuentro
se postergó cinco semanas. Mobutu prohibió a todo el mundo salir de Zaire y
obligó a Don King a tratar con los dos boxeadores para que no se marchasen y
permaneciesen en el país. Esas
cinco semanas fueron casi más importantes que la pelea en sí.
Muhamad Alí aprovechó ese tiempo para convertirse en
el rey de África. Todos los analistas y buena parte del público no daban dos
pesos por Alí. Foreman era el campeón, y el artista anteriormente conocido como
Cassius Clay era poco menos que un bocón, desertor
del ejército y convertido al Islam…
Como
saben, los dos boxeadores eran negros. Pero Alí representaba a África, a la
negritud, y Foreman, a los yanquis. Cuando Foreman llegó a Kinshasa, la capital
de Zaire, bajó del avión con su famoso perro, un pastor alemán que se parecía
demasiado a los que los belgas habían utilizado para reprimir, un detalle que a
la hinchada local no le pasó por alto. Foreman ya había empezado a perder la
pelea y todavía faltaba más de un mes.
En ese ínterin, se hizo famoso un grito de guerra,
que le cantaban a Alí allá donde se presentara: Alí acaba con él, Alí acaba con
él… Ciento veinte mil personas presenciaron el combate en directo. Y millones
más, por televisión.
En el primer round Foreman salió hecho una tromba,
dispuesto a comerse a Alí. El segundo asalto fue un calco del primero. Foreman
ocupaba el centro del ring, y Alí bailaba a su alrededor, dispuesto a desgastar
al campeón, que no alcanzaba a conectar sus mejores golpes.
Al final del segundo round, Alí ya sabía que o
volteaba a su oponente o perdía el combate por puntos.
En el cuarto, Alí, que hasta entonces había cedido
por completo el centro del round a Foreman, comienza a conectar algunos de sus
golpes. Y el campeón comienza a sentirlos. Foreman lanza tres o cuatro
latigazos que Alí esquiva con picardía, y encima le saca la lengua y le hace
gestos al público.
El quinto y el sexto son dos rounds tontos. Los púgiles
parecen haber acordado tácitamente una especie de tregua. Alí ya no se le
acerca al oído para gozar, ahora le grita desde un metro y medio, desde la
distancia de un brazo.
A partir del séptimo, Alí toma claramente la
iniciativa. Foreman sigue pegando y pegando a mansalva, pero sin la precisión
ni la potencia del principio. Es más, por cada treinta golpes inofensivos de
Foreman, Alí dispara uno o dos de los que hacen daño.
El octavo asalto no llega a su ecuador.
Alí conecta un gancho de derecha que voltea al
campeón. Foreman cae como una bolsa de papas, y justo antes de llegar a la
lona, Alí tiene la oportunidad de lanzarle un último derechazo. Pero prefiere
verlo caer. La imagen da la vuelta al mundo. La clase había concluido.
Viendo la pelea a día de hoy, se puede apreciar con
claridad cómo Alí tenía los quince rounds en la cabeza, mientras que la táctica
de Foreman consistía en voltear al aspirante.
El director Leon Gast armó un documental admirable,
que se llama Cuando éramos reyes, y
que ganó el Oscar en 1997 al mejor documental. La película es algo más que la
pelea, e incluye testimonios como los de Spike Lee, Norman Mailer o el propio
Don King.
Y así fue como pasó. Y el elefante aplastó al león.
Sin embargo, hay una escena preciosa en el documental. Una vez finalizado el
combate, el ring comienza a llenarse de gente, de policías y de periodistas.
Todos buscan al nuevo campeón. En medio de ese mare mágnum, y durante unos
segundos, podemos ver a Alí sentado en el suelo del ring, en medio de esa marea
de piernas, concediéndose un segundo de intimidad.
Con esa
pelea, Alí recupera el título de campeón del mundo de los pesos pesados. Una
corona que perdería años después ante Leon Spinks, un boxeador que venía de
disputar los Juegos Olímpicos y que apenas llevaba ocho combates como
profesional.
Spinks
era un tipo muy curioso, era desgarbado, le faltaban dos dientes y tenía pinta
de todo menos de boxeadores… Además, Leon Spinks fue una persona muy importante
en mi vida. Eso pasó en una época que les contaré… otro día. Cuando nos lo pida
el bolillero. Ahora, vayan por la sombra y no se peleen.
Alejandro Feijóo
Emitido
en el programa radiofónico La música del
azar (2010)
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