jueves, 2 de febrero de 2017

Paul Bowles, una claraboya

Amable, austero, triste. Despojado de lujos, de poses, del miedo tal vez. La fotografía es de 1990: cabe imaginar el deterioro. Cabello cano, porte de caballero inglés el de este americano errante que se adivina un hombre alto. Los ojos de haber visto viento, de vivir desierto y anhelar el mar. Cronista de la huida, titula el periódico; no lo parece, si de la cama apenas ha salido. Habrá otras huidas, se infiere, cuando todo está al alcance de un brazo, aunque no se ve el vaso de agua que ayuda a tragar la píldora.


Desorden o dejadez; lucidez o hastío. Objetos y no fetiches: pocos libros, más cartas y papeles, un bolígrafo en la mano, otros dos sobre la mesilla de noche; también aquí un reloj, un cofre sin cerradura, un adorno en forma de pirámide, un matamosquitos eléctrico. No se ve el cenicero. Sí un cable, al costado de la mesilla, desde el que sale un enchufe y otros cables (¿uno al nebulizador, otro a la manta eléctrica?). La mesa que vemos abajo a la izquierda es exactamente lo que parece: una mesa para los medicamentos. Cuento ocho frascos, nueve cajas, tal vez dos pomos, algunos prospectos fuera de sus cajas. Antihistamínicos, vasodilatadores, aspirinas, reguladores del ritmo cardíaco, ansiolíticos; quizá vitaminas. En el suelo la parva de papeles, muchos sobres, cartas a la vieja usanza: estampilla, la lengua sobre el pegamento, el remite escrito al dorso, rápido, con iniciales.

El escritor escribe, un papel cualquiera sobre el libro más a mano. Una bata de color claro con ribetes oscuros, a la vieja usanza, con un pequeño bolsillo en el lado superior izquierdo, para guardar el pañuelo. Las mangas recogidas. Varias almohadas suavizan el peso de su cuerpo, son dos o tres, las almohadas, recostadas a su vez contra la pared. La cama está arrinconada, y calculo que sólo puede accederse a ella desde los pies, incomodísimamente, en una posición impropia para un anciano de ochenta años, el de la foto, que nos mira desde el silencio y la lejanía del algún interior, la neutralidad de toda una vida, inclinado. Dijo, él: A partir de cierto punto ya no hay posibilidad alguna de retorno. Ése es el punto que es preciso alcanzar.

Faltan nueve años para su muerte. No volvió a moverse de donde lo vemos.


(La fotografía está tenuemente iluminada desde el costado superior izquierdo. La ventana está alta. Desde la claraboya se ve el mar, y al fondo, más allá del horizonte, dice Bowles que está el desierto).

Alejandro Feijóo

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