Hoy
vamos a leer un poco. En el año 1949 Editorial Losada publicó en Buenos Aires
La cabeza del cordero, un libro de relatos del español Francisco Ayala. Son
cinco cuentos, y el que da título a la obra, La cabeza del cordero, es el que
usamos esta noche para encontrarnos en La música del azar.
Un
español que se llama José Torres está de viaje de negocios en Marruecos. En la
ciudad de Fez. Una mañana, un moro desarrapado, una especie de mendigo, dice
Ayala, le lleva un mensaje de unos parientes suyos. ¿Parientes? Qué disparate,
él no conocía a nadie en Fez y nadie lo conocía a él, al menos eso creía. La
cuestión es que está a invitado a comer a casa de Yusuf Torres, una especie de
primo, pariente lejano, que le pide a través del mendigo que honre su casa con
su presencia.
José
Torres no tiene nada mejor que hacer y decide ir. Él va con ánimo burlón, como
si emprendiera una aventura, total no tiene nada que perder. El propio mendigo
lo conduce hasta la casa, a la que le cuesta llegar. Este tal Yusuf Torres lo
está esperando, y lo recibe con palabras de agradecimiento empalagosas,
recargadas.
El
Torres español le pregunta si está seguro del parentesco. La verdad es que muy
seguro no está; hay una ciudad en común y una especie de nostalgia heredada que
le ponen ganas a la familiaridad. Pero muy parientes no parecen. Yusuf Torres
evoca una grandeza perdida, ya que ahora son pobres. Y habla de España como si
la conociera, aunque en realidad nunca pisó esa tierra de la que sus
antepasados fueron dueños.
A medida
que Yusuf cuenta su versión del árbol genealógico, a José Torres empiezan a
sonarle algunos gestos, algunas facciones. Hasta que el español descubre que
Yusuf se parece bastante a un cuadro que había colgado en su casa familiar, al
retrato de un bisabuelo.
Al rato
van apareciendo más miembros de la supuesta familia de los Torres marroquíes. Y
una de ellas, una mujer redonda y alegra, tiene un parecido atroz con el tío
Manolo. El descubrimiento le da náuseas al español, porque el tío Manuel ahora
anda exiliado en las Américas. Ya saben, la guerra civil, los que ganaron y los
que perdieron.
Ahí
empiezan a aparecer más historias de familiares, el tío Jesús, el pobre primo
Gabriel torturado y asesinado en una cárcel franquista. Ahí es donde
descubrimos que José Torres… pertenece al bando de los ganadores.
Al rato
aparece la comida. La mujer trae una bandeja con un cordero. Y en el centro de
la bandeja, la cabeza del animal partida al medio. Pero José no tiene hambre.
Es temprano, la mesa donde lo sientan es bajita y está incómodo. Además, dice
Ayala, “el cordero estaba ya frío, se había solidificado la grasa en espesos
pegotes sobre la fuente”… Y sobre todo la cabeza, ahí en el centro de la
fuente, con el huevo del ojo vaciado y la risa de los descarnados dientes”…
Por
cortesía José come, poco, un par de bocados que mastica lentamente para
hacerlos durar y que los moros no se den cuenta. Mientras tanto, los Torres
marroquíes comen con un placer que no admitía disimulo. La conversación que
tienen es bastante banal. Los marroquíes insisten en el parentesco y le hacen
preguntas torpes sobre la familia. Y confunden a los parientes vivos con los
parientes muertos. A estas alturas, José ya está cansado, de fingir que le
gusta el cordero, de la animación de los moros, de sus preguntas, cansado del
ruido… Era demasiado frenesí para este hombre acostumbrado a los silencios y a
los rincones. No al bullicio y a los centros de mesa.
A la
noche, en su hotel, le viene el insomnio a José Torres. Da vueltas en la cama,
el paladar le devuelve un sabor rancio. Piensa que es el cordero. Y más que el
cordero: es la cabeza del cordero. Y eso que apenas había comido, y que la
cabeza volvió a la cocina sin que la tocara nadie. Y sin embargo, dice, Ayala,
“no dejaba de sentir su asquerosa y pesada masa oprimiéndome desde abajo la
boca del estómago”.
Pero a
Torres no lo desvelan los jugos gástricos. Son los muertos, que reaparecen y
también hacen ruido. Por suerte está la cabeza del cordero para echarle la
culpa de tanto griterío. Por eso el empacho, que en realidad es imaginario, si
apenas comió… Es como si tuviera un embarazo psicológico… Entonces viene el
insomnio, que no deja títere con cabeza. Y a Torres le gritan por los cuatros
costados. En la noche silenciosa de Fez.
El
cordero es el sacrificio que José Torres, en el nombre de todos nosotros, hace
a la verdad, a la dignidad de los muertos que se quedaron con cosas que decir.
Como Torres, todos apostamos por la redención, por empezar de nuevo, por el “sí
se puede”, como si la cabeza del cordero pudiera desaparecer del centro de nuestra
mesa en un pispás. En el equipaje con que Torres se vuelve a España va la
cabeza, la cabeza de cada cordero que supimos conseguir, llena de muertos con
los nombres cambiados, llena de esos silencios que no nos gusta mucho escuchar.
Alejandro Feijóo
Emitido
en el programa radiofónico La música del
azar (2010)
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