jueves, 2 de febrero de 2017

Cactus orquídea

La propuesta escénica constituye el gran hallazgo de Cactus orquídea, una obra en la que el piso se convierte en otra cosa

Un escritorio, una máquina de escribir sobre él; el marco de una puerta que conecta dos espacios vacíos; un piso con paneles que se articulan. Ante este escenario despojado e inquietante se sitúa el espectador de Cactus orquídea, deseoso por dejarse llevar y a la vez atento ante la resolución del oxímoron que plantea el título de la tercera producción de El Ensamble Orgánico, escrita y dirigida por Cecilia Meijide. Lo que no se tardará en descubrir es que el desenredo de la madeja no se ofrece de forma lineal, pues la invitación es a situarse en las entrañas de una obra poliédrica, donde un actor no es uno sino muchos, y a la vez se convierten en tramoyistas que deambulan invisibles entre los decorados y al mismo tiempo se incorporan con naturalidad a los recorridos actorales.


En consonancia con esta propuesta múltiple, el tronco argumental de Cactus orquídea es en realidad un cúmulo de historias entrelazadas que se suceden prácticamente sin solución de continuidad. Ello dota al espectáculo de una versatilidad que no es sino la prolongación de una propuesta escenográfica sorprendente y que constituye el hecho diferencial de una obra que se acerca al cosmos de los desencuentros humanos con cierto tono humorístico, abrazado más a la ternura que al desamparo.

Entre los hallazgos del texto destaca su osadía a la hora de ejercer el intervencionismo que toda obra exige de su guion y que a menudo queda empañada tras un ejercicio de “sobredirección”. No es el caso. Los juegos entre la primera y la tercera personas, la corrección mutua a la que se someten guionista y personajes, y varios y deliciosos juegos de metalenguaje componen una suerte de rayuela que el espectador acaba recorriendo a la vez que accede a su lógica interna. No obstante estos aciertos, el conjunto argumental queda algo desleído por su empeño de demostrar la universalidad de los valores del ser humano, un ejercicio transversal que puede hacer fútiles las intenciones de algunos personajes por profundizar en sus problemáticas. Todo ello encolumnado tras la metáfora del cactus orquídea, que florece una única noche al año.

La valoración del espectáculo se completa con un elenco convincente encabezado por Laia Duschatzky, bien secundada por Lucas Avigliano, María Estanciero, Gastón Filgueira y Nacho Bozzolo. El paso de un personaje a otro los obliga a mutar de forma permanente, sin que se trasluzcan discontinuidades o registros forzados. Lo cual se produce también gracias a la sólida dirección de Cecilia Meijide, quien se maneja con soltura y profesionalidad en el siempre embravecido mar de las historias babélicas.

Alejandro Feijóo


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