La propuesta escénica constituye
el gran hallazgo de Cactus orquídea, una obra en la que el piso se convierte en
otra cosa
Un
escritorio, una máquina de escribir sobre él; el marco de una puerta que
conecta dos espacios vacíos; un piso con paneles que se articulan. Ante este
escenario despojado e inquietante se sitúa el espectador de Cactus orquídea, deseoso
por dejarse llevar y a la vez atento ante la resolución del oxímoron que
plantea el título de la tercera producción de El Ensamble Orgánico, escrita y
dirigida por Cecilia Meijide. Lo que no se tardará en descubrir es que el
desenredo de la madeja no se ofrece de forma lineal, pues la invitación es a
situarse en las entrañas de una obra poliédrica, donde un actor no es uno sino
muchos, y a la vez se convierten en tramoyistas que deambulan invisibles entre
los decorados y al mismo tiempo se incorporan con naturalidad a los recorridos
actorales.
En
consonancia con esta propuesta múltiple, el tronco argumental de Cactus
orquídea es en realidad un cúmulo de historias entrelazadas que se suceden
prácticamente sin solución de continuidad. Ello dota al espectáculo de una
versatilidad que no es sino la prolongación de una propuesta escenográfica
sorprendente y que constituye el hecho diferencial de una obra que se acerca al
cosmos de los desencuentros humanos con cierto tono humorístico, abrazado más a
la ternura que al desamparo.
Entre
los hallazgos del texto destaca su osadía a la hora de ejercer el
intervencionismo que toda obra exige de su guion y que a menudo queda empañada
tras un ejercicio de “sobredirección”. No es el caso. Los juegos entre la
primera y la tercera personas, la corrección mutua a la que se someten
guionista y personajes, y varios y deliciosos juegos de metalenguaje componen
una suerte de rayuela que el espectador acaba recorriendo a la vez que accede a
su lógica interna. No obstante estos aciertos, el conjunto argumental queda
algo desleído por su empeño de demostrar la universalidad de los valores del
ser humano, un ejercicio transversal que puede hacer fútiles las intenciones de
algunos personajes por profundizar en sus problemáticas. Todo ello encolumnado
tras la metáfora del cactus orquídea, que florece una única noche al año.
La
valoración del espectáculo se completa con un elenco convincente encabezado por
Laia Duschatzky, bien secundada por Lucas Avigliano, María Estanciero, Gastón
Filgueira y Nacho Bozzolo. El paso de un personaje a otro los obliga a mutar de
forma permanente, sin que se trasluzcan discontinuidades o registros forzados.
Lo cual se produce también gracias a la sólida dirección de Cecilia Meijide,
quien se maneja con soltura y profesionalidad en el siempre embravecido mar de
las historias babélicas.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto No
Es Una Revista, número 38: El Aceite)
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