The Flaming Lips vuelven a
hacerlo con un disco que parece el Sgt. Pepper's de los Beatles sin que lo
nuevo se parezca necesariamente a las viejas canciones que todos sabemos
tararear
La
década de 1960 fue un momento bisagra para tantas cosas que al final la puerta
volvió a quedar cerrada. La perrita Laika fue bisagra, A sangre fría de Capote
fue bisagra. Y el Cordobazo y Truffaut… Y por supuesto lo fue el Sgt. Pepper's
de The Beatles. Porque, gustos musicales aparte, pocas veces un álbum fue
reconocido tan unánimemente por marcar un antes y un después en la historia de
la música contemporánea. Con él llegó o se consolidó la psicodelia. Y lo que es
más importante: grabar discos se convirtió en otra cosa distinta a la que era antes de "A Day In The Life".
Desde
entonces The Beatles se convirtieron en uno de los grupos más influyentes. Es
difícil imaginar la existencia de bandas como Oasis, Wilco y tantas otras sin
los cuatro de Liverpool. Y a saber qué hubiera sido del devenir musical de un
héroe vernáculo como Charly García. Durante muchos años fue algo común, y aún
hoy lo sigue siendo, reconocer acordes y aromas musicales similares a los
compuestos por Lennon y McCartney. Es el famoso efecto de las influencias, ese
concepto que a menudo se confunde con el plagio y sin el cual resultaría
difícil entender la historia de la música en particular y del arte en general.
Las
fronteras entre las influencias y el homenaje, entre la inspiración y la copia,
son difíciles de delimitar. Y lo que el artista nuevo recoge del viejo
transforma a este. De ese modo se llega al conocido axioma de que no hay Lezama
Lima sin Góngora, del mismo modo que de ahora en adelante resultaría incompleto
entender a Góngora sin Lezama Lima. En música, somos esclavos del cover, que
cuando es experimento lúdico realza ambas figuras, la del versionado y la del
versionador, y que cuando es simplemente reproducción fiel del original suele
realzar la cuenta corriente del productor de turno.
El
extremo más perverso de este polígono lo constituye el tributo. La copia
exacta. El espejo del tributo que horrorizaría al propio Borges. Porque el
tributo es vampírico, chupa la sangre del original, lo vacía al reproducirlo
fielmente. En cambio, la versión es sumatoria, va agregando capas al tema
original hasta componer algo distinto, que evoca claramente a la canción madre
aunque no siempre alcance a ser reconocible.
Mucho
de esto ocurre con el último juego propuesto por The Flaming Lips. With a Little
Help from My Fwends es, más que un disco, un ejercicio lúdico en el que la
banda de Oklahoma pone arriba de la mesa todo su delirio psicotrónico al
servicio de las composiciones originales. The Flaming Lips son, por definición,
excesivos, y sus discos también lo son en todos los sentidos de la palabra.
Además, su relación con los covers y las versiones es tan profusa que el
ejercicio de regrabar el Sgt. Pepper's aparecía algo manido. En parte porque
aquel experimento de versionar The Dark Side of the Moon había salido bien allá
por 2009, gracias en parte a la participación impagable de Henry Rollins.
En
esta ocasión, el exceso vuelve a recaer en una ampulosidad que distorsiona los
temas hasta hacerlos prácticamente irreconocibles. El toque indie de contar con
colaboraciones de la talla de My Morning Jacket, J. Mascis, Moby, Maynard James
Keenan o la inefable Miley Cyrus reviste la placa de cierta irrealidad, como si
aquello no pudiera estar siendo posible. Pero no solo lo es, sino que además la
mescolanza de intenciones, participaciones y capas sonoras varias acaba
completando un disco que no podía estar firmado por ninguna otra banda en el
mundo que no fueran The Flaming Lips. Quizá el mayor acierto de este With a
Little Help… sea el haber convertido a The Beatles en una suerte de Góngora
revisitado. Y el mayor elogio que pueda brindársele sea que con toda seguridad
el disco no gustará a los más devotos de los de Liverpool.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto No Es
Una Revista, número 35: El Pajarito)
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