En la época del imperio del
selfie alardeamos de nuestro espíritu vintage para rescatar a fotógrafos
inmortalizados mirando su propio pajarito
Cuando
el filósofo polaco Zygmunt Bauman proclamó aquello de la “modernidad líquida”
pocos imaginaron que nos encontrábamos ante una de las definiciones más
precisas de la incertidumbre que nos acechaba en el tránsito entre siglo y
siglo. Luego vendrían el amor líquido, la vida líquida, el miedo y el arte
líquidos, y así sucesivamente hasta la banalización del término, más propio hoy
de la charla entre amigos que de los análisis sociológicos.
Pero
aunque el bueno de Bauman sospechara que la estupidez humana carece de límites,
la irrupción del selfie, anglicismo incluido, elevó a su liquidez a la altura
de la licuación. El selfie (la autofoto) es hoy una práctica tan extendida que
los linces del gadget no tardaron en lanzar al mercado el selfie stick, ese
palo extensible que se cansó de vender Amazon las pasadas Navidades. Todo sea
por la exaltación más licuada del ego, todo por saciar un ansia de exhibición
que arrasa con todas las competencias comunicacionales, con el otrora extendido
pedido “¿Me saca una foto, por favor?”.
Sin
embargo, en la fase de la historia previa a la total tecnologización de
nuestras vidas la autofoto era patrimonio casi exclusivo de los profesionales
de la fotografía. Por ello cedemos a nuestro espíritu vintage y les ofrecemos
esta galería de autorretratos (perdón por el arcaísmo) que incluye desde el
famoso ensayo transformista de Andy Warhol o el plácido aburguesamiento de
Henri Cartier-Bresson hasta las más arriesgadas propuestas cabeza debajo del
británico Caulton Morris o las escenificaciones de Jeff Harris.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto No
Es Una Revista, número 35: El Pajarito)
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