Trixie Whitley cierra un
disco debut en el que los altibajos compositivos no alcanzan a ensombrecer su
fabuloso torrente vocal.
Este
cronista vivía en la inopia en lo que se refería al conocimiento de Trixie
Whitley hasta que Daniel Lanois convocó a la cantante para su último proyecto,
Black Dub. El descubrimiento produjo un torrente unidireccional de pasión que
incluyó pedidos mentales de matrimonio que fueron sabiamente ignorados por esta
artista estadounidense nacida en Bélgica. Habiéndose conformado quien escribe
con el hallazgo sonoro, se lo ve volver una y otra vez a aquel disco mientras
intenta reinyectarse el efecto electronarcótico descrito en Esto No Es Una Revista números atrás. La noticia de la publicación de
su primera placa como solista se convirtió, apenas iniciado febrero, en una de
las noticias de 2013.
Whitley
vive en la música desde las hélices de su ADN. Hija del cantante y compositor
Chris Whitley, su infancia y juventud fueron un trasiego de giras, trasnoches y
estudios de grabación que funcionaron como preludio iniciático y trampolín de
su precoz implicación artística. Baterista y bailarina, entre otras categorías,
la carrera de su yo musical comenzó tras la muerte de su padre en 2005. Sus
fabulosas condiciones musicales –que no su apellido– la llevaron a codearse con
críos de la talla de Marc Ribot, Robert Plant o Meshell Ndegeocello, quien
colaboró en la grabación de su primer EP. El salto al larga duración era
cuestión de dejar tejer al tiempo, como demuestra la publicación reciente de
este Fourth Corner.
Para
quien no la conoce, diremos que la voz de Trixie confirma la existencia del
infierno en la tierra. Sus descensos hasta esas profundidades conmueven hasta
al lirio más mustio. La sensación de estar asistiendo a algo grande resulta
permanente así como constante es la pregunta de hasta dónde puede llegar con un
registro cuyos ecos remiten tanto al jazz vocal más elevado como al flamenco
menos canónico (y, por qué no, a la Janis Joplin más emburrada). Todo ello se
encuentra presente en Fourth Corner, aunque el cronista reconoce su
dificultad para encajar tanta voz en tan poca canción.
Sí,
el intimismo de “Morelia” promueve una introspección que se sacude por las
distorsiones de “Hotel No Name”. Sí, “Irene” y su base de Bristol invitan al balanceo
mientras “Breathe You In My Dreams” se viste de blues que no quiere llegar al
top ten. Sí, “I Need Your Love” tiene la tibieza cercana de un corte de
promoción mientras “Oh, The Joy” cierra el disco como en el living de casa. Pero
en su (sana) búsqueda de estilo compositivo propio, Trixie derrocha tanto talento
vocal que su primer disco queda largo de mangas y corto de sisa. En cierto
sentido, todos los discos buenos que le quedan por grabar se encuentran
contenidos en Fourth Corner, el cual
no acaba de mostrarse firme en su escucha global. Ella no lo sabe, pero la
esperaremos el tiempo que haga falta.
Fourth Corner (2013, Strong Blood
Records)
Alejandro
Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 25: La Gallina)
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