El eterno Paul McCartney
tira del hilo de su infancia para componer un disco de estándares que arrastra
la inercia del adiós.
La
última entrega de Paul McCartney tiene todos los números para ser
definitivamente la última. Cierto es que es difícil jugarle un pulso de plazos
a la biología, pero desde el título ambiguo (Kisses on the Bottom, algo así como ‘besos al final’) hasta la
lista de temas, el legendario McCartney entona un aire de despedida que sopla
hasta el último minuto del disco. Para abanicarlo mejor, sir Paul recurre a una docena de estándares que su padre marcaba al
piano, allá al fondo de la historia, cuando el mundo era un sitio peor pero
parecía mejor que ahora y el niño Paul –imaginamos– las escuchaba elucubrando
qué haría después de los Beatles.
McCartney
vuelve a la cocina de su vida, a las canciones que marcaron su forma de
componer y que lo convirtieron en uno de los mitos de la música popular. Y no
lo hace mal acompañado. Diana Krall y su banda atiborran de matices cada
acorde, mientras ‘figurantes’ como Stevie Wonder o Eric Clapton rellenan los
encuadres en las únicas dos canciones originales de la placa, “Only your
hearts” y “My Valentine”. Entre unas y otras, el oyente rescata en el espíritu
de Kisses on the Bottom los
borradores de “Yesterday” o “Hey Jude”, como una fuente que sigue manando sobre
sí misma. Y así deberíamos escucharlas, sabiendo que las estatuas están
eximidas de las exigencias de novedad que competen a los mortales como usted o
como yo.
Kisses on the Bottom (2012, Hear
Music/Concord Records)
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 18: La Sangre)
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