domingo, 1 de septiembre de 2013

Bobby Conn: Macaroni

El polifacético Bobby Conn retoma su voz discográfica con un trabajo que sintetiza a la perfección su tendencia a la exuberancia.

Estás advertido: no te acerques a Bobby Conn si te molestan los artistas inquietos, las canciones desprolijas y las morisquetas subidas de histrionismo. Conn no será tu cantante de cabecera si te repatean las letras ácidas, las poses ambiguas, el colorete en las mejillas y el abuso del falsete. Y jamás te admitirán en su club de fans si te incomoda cierta vertiente del pop psicodélico, la que se sirve del empalago del buque nodriza para retorcer el molde conocido. Si nada de esto te escuece, esta es tu crónica y este, tu disco de la temporada. Pero no te sientes ni te pongas cómodo: estos fideos se comen de parado.

Una de las sensaciones que sobreviene ante la escucha inaugural de Bobby Conn es la confusión. Aquello que una vez fuera calificado como su “amor omnívoro por los géneros musicales” tiene en Macaroni una continuación natural de aquel magnífico King for a Day (2007), su ahora penúltima entrega discográfica. Claro que hay glam rock –faltaría más–, y hay funk en sepia, y pop desteñido y electrónica díscola. Y el violín omnipresente de su mujer Monica Boubou. Y todo ello regado con un histrionismo desenfrenado que da volumen de exuberancia. Lo que queda, pues, es desconcierto. El oyente no sabe bien si Conn habla en serio o en broma.

Si pese a las advertencias iniciales aún permanecen en estas líneas, sepan que los discos de Bobby Conn (también este Macaroni) desprenden una extraña solidez estructural. No son canciones ordenadas al tuntún, ni se alternan mecánicamente las rápidas con las lentas; tampoco son obras conceptuales, más bien cuentos sonoros taquicárdicos que, para mayor gloria, tienen a la derecha talibán estadounidense entre sus dianas. Macaroni con tuco y pesto.

Macaroni (2012, Fire Records)

Alejandro Feijóo


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