Los cuadros de Mahana tienen lugar en un no-tiempo, en una suerte de
atemporalidad que dota al poliedro cromático de más ángulos que vértices.
El joven artista Víctor Mahana
(Santiago de Chile, 1977) acaba de clausurar una exposición individual en el
Museo Nacional de Bellas Artes de Chile titulada “Cuando desperté no había
nadie”. Las obras allí expuestas, que Esto No Es Una Revista reproduce con la
gentileza de su autor, reflejan motivos que parecen tener su origen en un punto
situado a caballo entre el sueño y la vigilia.
Esta tensión hace que resulte difícil permanecer ajeno ante la obra de Mahana.
Los motivos de sus cuadros llegan al artista como si este fuera un otro, como si el mensaje parido en un instante fugaz fuera el que moldeara al pintor, con el único objeto de que este inmortalice unos contornos que aún se presentan difusos. Este territorio de impaciente ambigüedad expresa a la vez un camino que se sitúa entre la densidad y la levedad. Dos formas de enfrentarse a la tela que son en realidad una: la del artista que antepone la pregunta a la respuesta, la búsqueda a la meta, lo insoluble a la respuesta correcta.
Los cuadros de Mahana suceden en
un no-tiempo, en una suerte de atemporalidad que les añade aún más
perspectivas, y que dota al poliedro cromático de más ángulos que vértices. El
material simbólico, así, pasa a ocupar el espacio de lo crónico, y se
representa mediante poderosas metáforas visuales que borran de un solo
cimbronazo cualquier intento de interpretación homogénea. Porque tras esta
articulación de contrapesos se despliega una estrategia creativa que da al
objeto significados múltiples que ocurren en varios escenarios simultáneos. De
esta forma, el espectador se convierte frente a la obra en actor necesario de
una disputa dialéctica que, aun pudiendo ser equidistante de los extremos, se
despoja una y otra vez de cualquier sospecha de imparcialidad.
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una
Revista, número 28: El Cerro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario