Todo el mundo sabe que el Everest es la montaña más alta del mundo. De
ahí para abajo empiezan las confusiones sobre cómo nombrar las elevaciones
naturales del terreno.
El asunto del tamaño (del tamaño
de las cosas) es tan antiguo como la cosa misma. Las categorizaciones por
cuestión de centímetros, además de condicionar la satisfacción final del
usuario, afectan sobremanera al nombre del objeto, que según cuánto se eleve
adquiere una u otra nominación. Comprobamos que las alturas naturales del
terreno no escapan a este debate universal.
Si ponemos una montaña junto a un cerro, pocos dudaríamos en señalar a aquella como la más alta y
prominente frente a este, de genealogía más provincial. Sin embargo, aquí
parecen acabarse las certezas respecto de las proporciones, al menos en el
ámbito del saber llano de las elevaciones naturales.
Porque en este terreno,
las apariencias también engañan. Uno diría que el monte es menos que la montaña, tal vez por el acortamiento del
vocablo, aunque el Diccionario de la
lengua española arroja idénticas definiciones: “Gran elevación natural del
terreno”. Sin embargo, al acercarnos al montículo,
su coletilla de diminutivo nos revela un monte pequeño “por lo común aislado”,
lo cual parece ser más pequeño que una colina
(“elevación menor que una montaña”) pero no necesariamente más bajo que ese
“cerro aislado que domina un llano” llamado otero. Ahora bien, ¿estamos ante la presencia de un altozano o se trata simplemente de un
aspirante a collado? Porque si nos
ceñimos a las definiciones, ambos son “cerros”, aunque el primero sea “cerro o
monte” y el segundo, una tierra “menos elevada que un monte”. Llegados a este
punto mete la cola el peñón y su
prepotencia de tipo solitario.
Ni las preguntas ni la confusión
terminan aquí. Pues si el collado aspira a competir con la colina, ¿qué actitud
debemos tomar con el alcor,
arrinconado en el anonimato de la sinonimia? ¿Y con el promontorio?, ¿lo rebajamos a la categoría de mota, aislada ella en la soledad de un llano, o lo ubicamos en el
conjunto de las lomas, pequeñas pero
prolongadas? En la pestaña del olvido parecen quedar retratados los tesos, que son colinas pero capadas en
su cumbre. Es decir, eminencias
descabezadas que, sin acercarse a las temidas cuchillas, quieren también consolidar su nombre en el conjunto de
las más altas…
En rigor, no resulta probable que
esta miscelánea nominal alcance para arruinarnos unas vacaciones “por las
montañas”. Pero sí que esa búsqueda de la perfección que suele acompañar la
acción humana acaba por trastabillar ante esta ensalada de sustantivos y
envergaduras. Del Everest para abajo, todo es opinión.
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una
Revista, número 28: El Cerro)
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