domingo, 1 de septiembre de 2013

Peter Brook: "El traje"

Entre el appartheid y el adulterio transcurre esta lección de teatro y compromiso que Peter Brook y compañía regalan en su estreno en Madrid.

Resulta extraño o curioso asistir al Festival de Otoño cuando la primavera extiende sobre la tarde de Madrid un manto de ocaso cálido. Son las consecuencias de las operaciones estético-políticas que llevan a los responsables (sic) culturales a forzar la reprogramación de la gallina de las bambalinas de oro, que como su nombre indica siempre ha tenido a la otoñal como su estación ponedora. Pero aunque aún no lo sé (la cola avanza rápido), la confrontación entre nombre y meteorología no actuará sino como preludio de los otros juegos de confusiones que aguardan replegados tras los estupendos escenarios de los Teatros del Canal. Es la mano de Peter Brook la que mecerá esa cuna, de modo que otro espejo no solo es posible, también probable.

El tener la sala llena y el público entregado es propio del teatro publicitado o del estreno con amigos, al menos a este lado de Greenwich. Sin ser ninguno de los dos, y a la vez con algo de ambos, el montaje de Brook se encuentra con los brazos abiertos antes de amagar el abrazo. No es para menos: es uno de los más grandes, la obra acaba de lucir su estreno mundial en París y se presenta además como un musical que, sin serlo, dispone la música como un vehículo donde transportar sin sobresaltos las emociones. Un menú ideal para el público históricamente exigente, para el menos riguroso e incluso para aquel que solo quiere consumir un “brook” como quien pasea un caramelo de carrillo a carrillo. Aún no lo sabemos (última llamada) pero todos saldremos reconfortados.

Lo que veremos sucede en un espacio que, Brook obliga, tiene mucho de vacío: largas tablas que (des)contienen un espacio escénico central acotado por una jarapa. En ese cuadrilátero, flanqueado por percheros y sillas de maderas, transcurrirá la acción de El traje, un texto escrito por el sudafricano Can Themba (1924-1968) en la cresta del appartheid, estrenado en los años noventa y recuperado ahora por Brook y cols. como un espectáculo musical. La anécdota del texto se mueve también en ese terreno de lo que parece sencillo sin serlo: un marido aplicado recibe el soplo de las aventuras amatorias que su esposa desarrolla periódicamente durante su ausencia. Cuando los adúlteros son sorprendidos in fraganti el amante escapa por la ventana, y con las prisas olvida su ropa. El marido despechado utiliza el abandono de la prenda para ejecutar su venganza: obligarse a convivir con el traje, a rendirle pleitesía, a tratarlo como al mejor de los invitados.

La intención natural del espectador es la de interpretar la humillación a la que el marido somete a su mujer desde la esfera de lo privado. En ese terreno se desarrolla un juego de tensiones que visita el sadismo y también lo erótico a partir de un refinamiento que normaliza el castigo figurativo. “En esta casa no entrará la violencia” proclama el marido en pleno éxtasis de furia. Y nadie puede decir que la sentencia no se cumpla; al igual que todo lo contrario. Pero esta crueldad exquisita, de kapo suburbial, es más que permeable a una lectura que se derrama desde los suburbios de Johannesburgo sobre todas las favelas de este mundo. Así, la saña estética del marido engañado encuentra su analogía en el racismo institucionalizado del régimen sudafricano, que enfrenta a la mujer libre, soñadora y cantante con el marido rutinario y obediente de las normas sociales. La confluencia final de ambas represiones dejará truncada la inminente redención personal en detrimento de la exitosa opresión estatal.

En el capítulo de las sombras del espectáculo cabe destacar que la delicadeza de la revancha no alcanza siempre a dar el contrapunto al ritmo desprolijo de la negritud, así como la tendencia al desenfado, dibujada desde la plasticidad de las acciones, aparece a menudo con mayor potencia que el acoso opresivo del exterior. Por otra parte, la música abusa (guitarra, piano y trompeta) de su carácter incidental, y la incorporación de los músicos como actores-muleta se vuelve opinable a pesar de su correspondencia con el código de la múltiple utilización de los elementos escénicos. Sin embargo, las magníficas interpretaciones a cargo de un elenco encabezado por Nonhlanhla Keshwa y William Nadylam, las diversas envolturas que permite deshojar el espectáculo y su maestría para facilitar las combinaciones convierten a El traje en una experiencia festivamente dramática que celebra la maestría de Brook como la de un clásico, entendido como aquello que torna fácil lo difícil.

The Suit (El traje), a partir de la obra de Can Themba
Adaptación libre, dirección y música: Peter Brook, Franck Krawczyk y Marie-Hélène Estienne
Compañía Théâtre des Bouffes du Nord
Teatros del Canal (Madrid)
XXIX Festival de Otoño en Primavera


Alejandro Feijóo



No hay comentarios:

Publicar un comentario