Entre el appartheid y el adulterio transcurre esta lección de teatro y compromiso que Peter Brook y compañía regalan en su estreno en Madrid.
Resulta
extraño o curioso asistir al Festival de Otoño cuando la primavera extiende sobre
la tarde de Madrid un manto de ocaso cálido. Son las consecuencias de las
operaciones estético-políticas que llevan a los responsables (sic) culturales a
forzar la reprogramación de la gallina de las bambalinas de oro, que como su
nombre indica siempre ha tenido a la otoñal como su estación ponedora. Pero
aunque aún no lo sé (la cola avanza rápido), la confrontación entre nombre y
meteorología no actuará sino como preludio de los otros juegos de confusiones
que aguardan replegados tras los estupendos escenarios de los Teatros del
Canal. Es la mano de Peter Brook la que mecerá esa cuna, de modo que otro
espejo no solo es posible, también probable.
El
tener la sala llena y el público entregado es propio del teatro publicitado o
del estreno con amigos, al menos a este lado de Greenwich. Sin ser ninguno de
los dos, y a la vez con algo de ambos, el montaje de Brook se encuentra con los
brazos abiertos antes de amagar el abrazo. No es para menos: es uno de los más
grandes, la obra acaba de lucir su estreno mundial en París y se presenta
además como un musical que, sin serlo, dispone la música como un vehículo donde
transportar sin sobresaltos las emociones. Un menú ideal para el público
históricamente exigente, para el menos riguroso e incluso para aquel que solo
quiere consumir un “brook” como quien pasea un caramelo de carrillo a carrillo.
Aún no lo sabemos (última llamada) pero todos saldremos reconfortados.
Lo
que veremos sucede en un espacio que, Brook obliga, tiene mucho de vacío:
largas tablas que (des)contienen un espacio escénico central acotado por una
jarapa. En ese cuadrilátero, flanqueado por percheros y sillas de maderas,
transcurrirá la acción de El traje,
un texto escrito por el sudafricano Can Themba (1924-1968) en la cresta del appartheid,
estrenado en los años noventa y recuperado ahora por Brook y cols. como un
espectáculo musical. La anécdota del texto se mueve también en ese terreno de
lo que parece sencillo sin serlo: un marido aplicado recibe el soplo de las
aventuras amatorias que su esposa desarrolla periódicamente durante su
ausencia. Cuando los adúlteros son sorprendidos in fraganti el amante escapa
por la ventana, y con las prisas olvida su ropa. El marido despechado utiliza
el abandono de la prenda para ejecutar su venganza: obligarse a convivir con el
traje, a rendirle pleitesía, a tratarlo como al mejor de los invitados.
La
intención natural del espectador es la de interpretar la humillación a la que
el marido somete a su mujer desde la esfera de lo privado. En ese terreno se
desarrolla un juego de tensiones que visita el sadismo y también lo erótico a
partir de un refinamiento que normaliza el castigo figurativo. “En esta casa no
entrará la violencia” proclama el marido en pleno éxtasis de furia. Y nadie
puede decir que la sentencia no se cumpla; al igual que todo lo contrario. Pero
esta crueldad exquisita, de kapo suburbial, es más que permeable a una lectura
que se derrama desde los suburbios de Johannesburgo sobre todas las favelas de
este mundo. Así, la saña estética del marido engañado encuentra su analogía en
el racismo institucionalizado del régimen sudafricano, que enfrenta a la mujer
libre, soñadora y cantante con el marido rutinario y obediente de las normas
sociales. La confluencia final de ambas represiones dejará truncada la inminente
redención personal en detrimento de la exitosa opresión estatal.
En
el capítulo de las sombras del espectáculo cabe destacar que la delicadeza de
la revancha no alcanza siempre a dar el contrapunto al ritmo desprolijo de la
negritud, así como la tendencia al desenfado, dibujada desde la plasticidad de
las acciones, aparece a menudo con mayor potencia que el acoso opresivo del
exterior. Por otra parte, la música abusa (guitarra, piano y trompeta) de su
carácter incidental, y la incorporación de los músicos como actores-muleta se
vuelve opinable a pesar de su correspondencia con el código de la múltiple
utilización de los elementos escénicos. Sin embargo, las magníficas
interpretaciones a cargo de un elenco encabezado por Nonhlanhla Keshwa y William
Nadylam, las diversas envolturas que permite deshojar el espectáculo y su maestría
para facilitar las combinaciones convierten a El traje en una experiencia festivamente dramática que celebra la
maestría de Brook como la de un clásico, entendido como aquello que torna fácil
lo difícil.
The Suit (El traje), a partir de la obra de Can Themba
Adaptación libre, dirección y música: Peter Brook, Franck Krawczyk y Marie-Hélène Estienne
Compañía Théâtre des Bouffes du Nord
Teatros del Canal (Madrid)
XXIX Festival de Otoño en Primavera
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista,número 21: La Mujer)
No hay comentarios:
Publicar un comentario