El último trabajo del
compositor bahiano es un regalo que se abraza con los oídos del alma.
Érase
una vez un músico de 70 años de edad y casi tantos otros de carrera, con medio
centenar de discos a sus espaldas, que seguía regalándonos un material nuevo
que resultaba al mismo tiempo novedoso. Un señor que, apoyándose en una
trayectoria categóricamente influyente, inscrita en el bronce de la música
popular contemporánea, paseaba por la senectud reinventando sus señas de
identidad tropicales, ora electrificándolas, ora dulcificándolas, subvirtiendo
su poesía en conceptos más precisos y a la vez más llanos y también más
profundos. Y además de todo eso (e incluso de hacernos bailar) es él quien se
acerca a darnos un abrazo que –para colmo– trae sufijo aumentativo.
Desde el título fraternal hasta la canción
privada que lo cierra, el último trabajo de Caetano Veloso conforma una
búsqueda constante que atraviesa capas sonoras de electricidad,
canción-protesta a la vieja usanza, aristas líricas delicadamente tensas y una
lija melancólica que nos permite engañarnos y sonreír con los pinchazos de las
espinas. Quien lo escuche difícilmente se sorprenda con Abraçaço, siempre que haya observado de cerca la carrera reciente
del artista bahiano y no se haya encadenado a esas cosas tan hermosas que
sonaban tres o cuatro decenios atrás. De ser asá y no así, probablemente le
sobren la distorsión o los arreglos asimétricos que le han permitido construir
el transrock, ese género híbrido desde el nombre, cofundado con el trío BandaÇê
que lo acompaña desde aquel Cê (2006)
que más tarde procreó en Zii & Zie
(2009). Este Abraçaço, pues, viene o
vendría a cerrar esta suerte de trilogía que tiene a su hijo Moreno Veloso en
la bendición, perdón, en la producción, aunque con una impronta menos roquera
que las dos entregas anteriores, pues donde antes la guitarra se hacía novedad
y derrapaba, ahora se enfrenta a una hibridación ya consolidada.
Si
se le hace un corte transversal, Abraçaço
se hace fuerte alrededor una columna vertebral conformada por tres canciones.
En “Estou triste” la melancolía es extrema, conducida por una letra tan simple
como contundente en la que no hay obsesión por la ascendencia de la tristeza:
solo la constatación de su presencia; es decir, no hay razón por la cual “o
lugar mais frio do rio é o meu cuarto”, simplemente lo es. “Um Comunista” es
otro de los hitos de la placa. Se trata de una composición larga en homenaje al
comunista brasileño Carlos Marighella. La correspondencia con temas como “Base
de Guantánamo” (Zii & Zie) o
“Haití” (Tropicália 2, 1993) es
bastante evidente, al igual que la concreción de versos como “Foi aprendendo a
ler / Olhando mundo à volta / E prestando atenção / No que não estava a vista /
Assim nasce um comunista”, los cuales encierran más peso específico que muchos
manuales doctrinarios. Por último, la canción que da título al disco ofrece el
superabrazo como antídoto contra todos los males de la tecnificación y la
soledad, aunque el chisporroteo de la guitarra nos obligue a permanecer en
guardia: no en vano “o acaso é o grão-senhor”.
En
el forjado de estos pilares se suceden las sorpresas de sabores comunes. El
funk contagioso de “A bossa nova e foda” abre el disco con un torrente eléctrico
que es algo más que una declaración de principios sobre la bossa y que abarca alusiones al minotauro, el jazz y a luchadores
contemporáneos. En un margen similar se inscriben “O impèrio da lei”, la
festiva canción que pide castigo para el que mata y (más) para quien manda matar;
la eléctrica “Parabéns” y su coro cacofónico, y “Funk melódico”, otro tema
dual, cuya fuerte propuesta rítmica se siembra alrededor de una percusión
racial, coronada en un estribillo melodioso suelto entre fraseos de rap. El
disco alberga también entre sus brazos
temas como “Quero ser justo”, una canción que carga con el eco de los registros
más clásicos de Veloso –un aire a tema de Cores,
Nomes (1982) o Uns (1983)– y que,
por hacer gala de esa atemporalidad, puede resultar una de las composiciones
menos sólidas de Abraçaço. Y mientras
“Vinco” nos trae la dulzura teñida de melancolía blusera y “Gayana” es una nana
de doble despedida, “Quando o galo canto” resulta acústica y sensual: una
guitarra acústica, el trovador recitando sobre el silencio, un amanecer y dos
amantes que no pueden despegarse el uno del otro. Un acto tan simple como
recibir este regalo de un músico de 70 años de edad y casi tantos otros de
abrazos.
Abraçaço (2012-Universal Music)
Alejandro
Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una Revista, número 25: La Gallina)
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