domingo, 1 de septiembre de 2013

OxB_12: 36 y 37

La mujer del vagón lee un libro sobre personajes griegos. De soslayo repara en el hombre que está sentado junto a ella. ¿Qué hay entre las páginas 36 y 37 que la mujer que viaja en tren no puede pasar de allí?

La mujer del vagón lee el libro sobre personajes griegos. De soslayo repara en el hombre que está sentado junto a ella. El hombre había reparado ya en la mujer del libro; más bien, con disimulado encorvamiento del espinazo, había reparado en la portada, en su título; la portada del libro tiene colores y el hombre no tolera los colores en las tapas de un libro, al que enseguida clasificó, piadoso como iba viajando, del orden de la divulgación general. El hombre ama clasificar.

La mujer continúa reparando; insiste, sus ojos basculan de la página treinta y seis al hombro del hombre. Si ambos fueran más jóvenes podría hablarse de coqueteo. La mirada de quien por momentos deja de ser lectora contiene también sospecha; el hombre resulta inclasificable, y no siempre esa cualidad se hace belleza o atracción.
    
La mujer que parece sumergida en las peripecias de Anaxágoras y Anaxímenes rompe el vaivén página treinta y seis-hombro del hombre. De pronto tuerce la muñeca y mira el reloj. Entre estación y estación son las nueve y veinticinco. El tiempo la distrae. “Para eso está”, solía decir su padre que ya no está. Piensa que hoy se le ha hecho un poco tarde en el escritorio donde trabaja cuarenta horas por semana. Según condiciones contractuales, la mujer del libro heleno debería llevar una hora y veinticinco minutos ejerciendo funciones de padre de familia; hasta que, nunca antes de las diez, el padre de la familia llegue al hogar de ambos desde el escritorio donde trabaja cuarenta y ocho horas por semana, y la releve. (Los escritorios donde trabajan los componentes del matrimonio son escritorios distintos). Antes de que los cónyuges lleguen sucesivamente al hogar que también es del hijo que apenas ha vivido dos años, la madre de la mujer encallada en la página treinta y seis hace las veces de padre de familia, aunque cada vez del centenar de veces que se agacha por día tiende a reafirmarse como la abuela que tanto deseó ser hasta que se arrepintió.
    
La mujer se olvida por un momento del hombre con quien comparte hombro. Las letras están frente a sus ojos, no así su significado, por qué tanto empeño en que Todo Retorne a su Origen. A la mujer le interesan las matemáticas, no solo es materia laboral, y se enreda en cálculos mentales. Al llegar a su casa, restarán cuarenta y cinco minutos para que haga lo propio el padre de familia, aunque cabe decir que este no suele tomar el testigo de la responsabilidad; las más de las veces el padre de familia se abstiene de atender a los suyos: el niño somnoliento pero con reservas de ansiedad; la que hace las veces de su esposa con las manos de ajo, de pañal; la suegra que no siempre se muestra rauda en volver a su hogar de viuda.
    
Noventa minutos después de los primeros cuarenta y cinco, el matrimonio se encontrará, sentado uno junto al otro, como ahora lo están ella y el hombre, aunque esta vez frente al ingenio de la imagen. Disfrutando la paz del hogar, que se dice, ya que el niño da en entregarse al sueño antes que ellos. Aprovechan los intervalos de la ficción para comentar incidencias de sus respectivos escritorios; no ha mucho que la mujer ha notado que las incidencias que ella comenta son o parecen de poca gravedad, mientras que las de su marido son de la índole de la espesura, y como tales, ocupan más tiempo de escucha. Treinta minutos después, indiferente a que la ficción de hoy se parezca a la de ayer, la mujer abandonará lo que algunos expertos llaman la interacción entre el ingenio y ella. El marido resistirá; no tardará en ir de una emisora a otra; su interacción con el ingenio es más dinámica, aunque en el fondo bendiga la ausencia de su esposa para estirar los pies y permanecer más quieto aún. Algo después, transcurridos cremas y espejo, los párpados de la mujer ondearán a media altura: no habrá gana de acercarse al libro de los personajes griegos que la ha seguido en el camino hasta la mesa de luz. Entonces serán, rato arriba, rato abajo, las cero treinta. Esta noche tampoco lo esperará despierta. Seis horas más tarde, la mujer debería estar saliendo de la ducha. Serán entonces casi las siete, las siete en punto, instante en que el locutor de la radio aconseje evitar el tupido nudo norte, el drama del vehículo privado.
    
Restan, pues, no más de nueve horas y veinte minutos para que la mujer se encuentre en el mismo asiento del mismo vagón de la dirección contraria, junto a otro hombre quizá igual de inclasificable que este que ya no está, aunque ella siga sintiendo el calor de su hombro.
    
Será entonces cuando intente el abordaje de la página treinta y siete.

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