Verso a verso nos encontramos de golpe con una selección del todo
caprichosa de poetas que, casualmente, coincidieron en el uso y abuso de lo que
está más allá de la palabra.
Conversaban dos que no fueron poetas. Decía Aquel: “No
se puede ser feliz y decir la verdad al mismo tiempo”. Y el Otro abundaba: “Así
deberían empezar todos los libros...” No hacía entonces mucho calor ni tampoco
frío. Y tal vez fueron las condiciones de normalidad las que contribuyeron a multiplicar
las ingenuidades.
El suponer que se puede ser feliz (o incluso, estarlo)
desprende un aburrimiento que hasta resulta contagioso, mientras que creer en
la posibilidad de decir la verdad se instala en la categoría de evangelio, si
primero hubiese sido el verbo. Mientras, el Otro imaginando que habrá seres
escribiendo libros. Y que estos empiezan alguna vez en alguna parte.
La palabra nombre
es en sí un estallido. Y el nombrar, un big bang en blanco con vacío de fondo. Toda
la vida se persigue ese alumbramiento, aun sabiendo que tras el paréntesis no
nos espera sino el límite de la palabra, que es el del cuerpo. Y a todo esto,
el tiempo, en el cual somos sin que él sea nada. A la materia misma un verbo está adherido. Por eso estos poemas,
esta selección, porque no se puede atrapar a la palabra al mismo tiempo que se
la atrapa. Así deberían empezar todos los días.
Alejandro Feijóo
(Publicado
en Esto No Es
Una Revista, número 22: El Loco)
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