sábado, 31 de agosto de 2013

Robert Plant vs. Led Zeppelin

Haciendo gala de puntualidad británica, 40 años después de Led Zeppelin III, Robert Plant lanza al deprimido mercado discográfico Band of Joy, un doble guiño a la historia de la música y a la prehistoria de su vida.


Band of Joy (Rounder Records, 2010)
Por primera vez en su carrera solista (una docena de registros eclécticos no siempre afortunados) la Voz del rock no antepone su nombre y apellido al título de la placa. En esta ocasión recupera una denominación colectiva, Band of Joy, el grupo que el propio Robert Plant y su amigo John Bonham supieron abandonar para formar parte de Led Zeppelin allá por el iniciático 1968.

Tras vender tres millones de copias con Raising Sand (firmado junto a Alison Krauss) y de rechazar una reunión de Led Zeppelin (se habló de ofertas de cien millones de dólares) Plant ha decidido volver a sus fuentes con un disco sólido, por momentos exquisito, en el que una docena de canciones atadas a su pasado nos explican por qué el más carismático de los Zeppelin prefiere recostarse en un formato a la medida de su curiosidad artística y no en la megalomanía que hubiera desatado la incierta vuelta a los escenarios de los Zepp.

Las canciones de Band of Joy destilan luz y oscuridad, psicodelia y aires folks, riffs barrosos y cierto espíritu pastoral, en una escucha que se va digiriendo como se digieren las confirmaciones de la adultez: sin hambre al principio y con gula al final. De la mano del productor Buddy Miller, temas como “Angel Dance” (original de Los Lobos), “House of Cards”, “You Can't Buy Me Love” (no solo el título tiene un eco beatle) o el gospel “Satan Your Kingdom Must Come Down” nos traen la esperanza de que la vueta a los orígenes emprendida por Plant no constituya ni un nuevo comienzo ni un viejo final, sino más de su carrera ávida y honesta.

Led Zeppelin III (Atlantic Records, 1970)
De fiasco histórico a placa imprescindible, Led Zeppelin III cargará durante toda la eternidad con el sambenito de ser el “disco acústico” de un cuarteto que hasta octubre de 1970 se había dedicado a romper tímpanos y acaso noviazgos, pero nunca almas. Precisamente por esos comienzos atronadores de la banda (dos años de carrera, dos discos demoledores, conciertos maratonianos, la caterva de groupies…) Page y Plant deciden relajarse pasando una breve temporada en una pequeña granja galesa. El resultado es una paleta musical de lo más bucólica (y también eléctrica) que enmudeció al público e hizo vociferar a la crítica.

En honor a los matices, la cara A de Led Zeppelin III es una locomotora de rock duro en el que, cierto, se dejan oír apuntes cristalinos que acaban de madurar en el lado B, un chorro de fervor electroacústico que ha acabado por elevar el álbum al cenit de sus fans más metálicos. Fuera de categoría encontramos “Since I`ve Been Loving You”, un blues en el que Jimmy Page deja claro por qué su estilo ha sido uno de los más influyentes de la historia del rock.

Las malas críticas iniciales recibidas por el disco no cayeron bien al cuarteto. Ello, unido al alto grado de exposición pública de la banda, condujo a los Zeppelin a practicar un ejercicio de rebeldía y oscurantismo que acabaría constituyendo la base sonora de su próximo trabajo, más conocido como Led Zeppelin IV. Bendita rabia.

Alejandro Feijóo






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