lunes, 29 de septiembre de 2014

OxB_33: La noche mano adentro

El sueño del hombre esta vez trae consigo un apéndice que duda entre buscar y encontrar.

El hombre sueña que tiene una mano metida dentro de sí mismo. Técnicamente el sueño presenta un error, pues la mano entra por la boca apenas hasta la muñeca pero logra alcanzar y revolver las tripas más alejadas. Pero no es esta licencia onírica lo que preocupa al hombre soñador, acostumbrado a admitir los permisos del sueño cuando aún se está dentro de este. El hombre sabe que el placer se encuentra en derrotar a la tentación y no en sucumbir a sus adornos y recompensas, al boato de saberse tentado, al ornamento del destello. Y sin embargo, en el sueño desde el que relata, el hombre accede a la tentación de buscarse por dentro. Pide el hombre que no se confundan: el señuelo es encontrarse pero la debilidad empieza y termina con la búsqueda.


El hombre con la mano hurgando en sus entrañas sueña con las cosas en su lugar. Pero las cosas en su lugar son en sí mismas una saciedad, una comodidad del paisaje, como lo son los cocos en las palmeras, como las palmeras en la playa, como la mano recorriendo el interior de uno mismo. Los contornos de las cosas coinciden, las marcas continúan en las marcas siguientes, dispuestas con utilidad, con para qué. No hay una sola sombra que rompa el trazado milimétrico del objeto bien dispuesto. El hombre sabe que la muerte de este orden dispararía el inicio de otro sueño, incierto por definición, embarrado y caótico, donde todo pueda disponerse de forma única y novedosa. Donde esa absurda muerte de saciarse por el orden de las cosas allane el camino a otra forma de recompensa.

El hombre con la mano dentro de la boca del sueño no quiere, se niega, se revuelve si no hay palabra dicha o soñada. Si no hay nombre que encaje con la cosa como la cosa se amolda al lugar que tiene que ser. El hombre sabe que “tentación”, “contorno”, “palmera” son más (infinitamente más) que el ceder a la búsqueda en uno mismo, que la línea que delimita, que el origen del coco. Más que el hecho real o supuesto que impulsa la convención nombre. El hombre, por supuesto, sabe que esta entelequia no podría sostenerse más allá de un sueño, pues es la cosa sin nombre la que reclama ser nombrada. Pero el sueño es palabra. Y si el hombre ahora arranca sus órganos la herida será el relato de esta incisión. Será “Vida que le regalo a la muerte” y no un hombre que se indaga a sí mismo con la mano metida en su boca hasta la muñeca. Pide el hombre que recuerden que buscar no es encontrar.

El hombre del sueño decide que es la hora del hacer. Que ya basta de cesiones, del orden y del cosmos, de decir aquello que no se consigue asir ni siquiera en sueños. No le importa al hombre que para ello haya que ceder en la búsqueda y volver a ceder. O sacar las cosas de su quicio y desencajar el molde que nos vino. O dejar de llamar y nombrar y reglar. No le importa al hombre que no haya habido hombre capaz de ganar la batalla contra el tiempo. Ni que cada arena hecha de siglos apenas precise de un soplo y vuelta a morir en la búsqueda de otro sedimento. No. El hombre se convence de que no hay mejor forma de partir del sueño y violar su relato que trazar un horizonte desde el que hacer sin palabras ni indagaciones ni nada que se parezca a una cosa que ocupa correctamente su lugar.

Por ello, el hombre que se soñaba acaba en el despertar que en sí mismo es un hacer. Y abre los ojos saca los pies de la cama da varios pasos abre una puerta aparta la silla enciende la hornalla pone el doble de café en la taza. No le importa que todo le cueste más con una sola mano.

Alejandro Feijóo





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