El griego más español cumple 400 años rodeado de boatos oficiales y
sentidos homenajes privados.
Es lo que tiene la cultura cuando
cae en las garras de (algunos) organismos oficiales. Un Gobierno como el
español, que desde su asunción en diciembre de 2011 no ha hecho sino dinamitar
las expresiones culturales con medidas como duplicar el IVA, fomentar el cierre
de espacios, miniaturizar las ayudas…, saca pecho con la celebración del cuarto
centenario de la muerte de El Greco, una efeméride que se ha convertido en el
magno acontecimiento castellano del año. Pero como suele ocurrir en estos
casos, si se deja de lado el pulpo atenazante del matiz, se puede sacar
provecho (y mucho) del repaso a las obras del enorme cretense que todo lo
languidecía con su pincel.
La vida de El Greco se
caracterizó por una búsqueda incesante de un estilo propio, que derivó en las
figuras manieristas que hoy se alaban en todo el mundo. Las mismas que
mantuvieron su figura silenciada durante varios siglos, desde su muerte a
comienzos del xvii hasta finales
del xix cuando, al decir del
catedrático español Fernando Marías, la España derrotada del 98 se vio en la necesidad de
enarbolar nuevos símbolos que reivindicaran la por entonces pisoteada
hispanidad. Fue entonces cuando el híbrido y excéntrico Domenikos
Theotokopoulos se embalsamó en el canónico español El Greco.
Por este motivo, este El Greco
“español” está necesariamente ligado a la ciudad de Toledo, epicentro de los
fastos del IV Centenario, donde vivió la última mitad de su vida. Allí pintó (y
luce) su obra más famosa, El entierro del
conde de Orgaz, y allí fue también donde profundizó en una independencia
estilística que le valdría no pocos enfrentamientos con mecenas y autoridades,
entre ellos, el mismísimo Felipe II, a quien, básicamente, no le gustaban sus
figuras extrañamente coloridas ni la interpretación insurrecta de un cielo que
debía permanecer necesariamente estático. Adúltero y menos devoto de lo que
desprenden sus motivos religiosos, los últimos años de El Greco no fueron
precisamente de bonanza económica. De hecho, sus biografías más rigurosas
hablan de un artista que constantemente se veía envuelto en litigios por la
tasación de sus obras. Hoy, sus cuadros rompen todas las tasaciones iniciales.
Como Santo Domingo rezando, que el
año pasado superó en una subasta de Sotheby’s los diez millones de euros. Es lo
que tiene la cultura cuando cae en las garras de algunos (a secas).
Alejandro Feijóo
(Publicado en Esto No Es Una
Revista, número 33: Cristo)
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