Crímenes, el
libro de relatos de Ferdinand von Schirach basados en casos judiciales reales,
cuestiona el límite entre lo lógico y lo delictivo.
Los malos ya no son lo que eran. Del Hitler
invariablemente perverso se ha pasado al Obama nobel de la paz, los Torquemada
de la historia han cedido su lugar al papa bueno y el vecino que te delata se
ha convertido en el vecino que te delata y te desea todo lo mejor para el año
nuevo. Ya sea a gran escala o al microscopio, el mal sale hoy a escena
siguiendo los dictados del capitalismo hegemónico: inversión de valores,
perversión en las formas, apropiación y conversión a mercancía de todo bicho
que camina.
Aun triste, aun perturbador, este estado de cosas acaba suponiendo
una mina de oro cuando lo que ponemos encima de la tabla de picar son productos
artísticos y propuestas estéticas. Al fin y al cabo, la instantánea de la
belleza recubierta de excrementos propone preguntas cuyas respuestas seguiremos
buscando hasta que las moscas nos separen.
De estos espejos, aunque no únicamente de ellos, trata
Crímenes, el libro debut del alemán Ferdinand von Schirach. Abogado defensor en
Berlín, Von Schirach se da a conocer en el universo literario con un puñado de
relatos basados en su experiencia penalista. A pesar de estar trazadas con un
lenguaje que bordea el estilo del legajo judicial y despojadas de artificios
verbales, las piezas de Crímenes aparecen ante los ojos del lector más como
frescos del alma que como rutinas de abogado. En ellas se encuentran todos los
tonos del pantone humano: jefes de familia adinerados, prostitutas extranjeras
y hermanos inseparables al estilo Cronenberg se entrecruzan con rara avis de la
fauna judicial. El resultado es una turbulenta sinfonía a la que el lector no
puede dejar de atender hasta la nota final, y cuyos ecos siguen resonando una
vez concluida. Por ello no extraña que la curva descrita por el libro haya sido
meteórica: casi un año en la lista de los más vendidos, premios, traducciones a
veinte idiomas y una adaptación cinematográfica en camino.
El epígrafe que abre Crímenes da más de una pista sobre
su magnetismo: “La realidad de la que podemos hablar jamás es la realidad en
sí”. Su autor es el científico alemán Werner Heisenberg, premio Nobel de Física
en 1932, padre de la teoría cuántica y una figura cuando menos controvertida
por su participación en el proyecto nuclear nazi. Su nombre quizá resuene en
los no iniciados por ser el nombre de guerra que adopta Walter White, el
personaje protagonista de la exitosa serie de televisión Breaking Bad, un
profesor de Química devenido en gran narco por obra y gracia de un cáncer de
pulmón, una circunstancia extrema que le otorga una, digamos, flexible mirada
sobre el bien y el mal. En este marco de referencias cruzadas, la mención a la
realidad “de la que podemos hablar” traza coordenadas que invaden la materia prima
del literato y la herramienta de trabajo del abogado defensor. Mientras que la
tarea de aquel pasa por dotar de verosimilitud lo que no necesariamente ha de
ser veraz, la del letrado es “impedir que arraigue prematuramente una verdad
solo aparente” (Von Schirach, p. 104). Aunque a simple vista puedan parecer
propósitos opuestos, resulta de lo más inquietante comprobar que la fundición
de uno en otro (y del otro en uno) acaba creando un ente del que solo podemos
conocer su revés, nunca su rostro.
Existe, por último, otra circunstancia que no debemos
eludir en el análisis de Crímenes. Sabemos que la coletilla “Esta historia está
basada en un hecho real” ha hecho célebres numerosos conflictos dramáticos que
no hubieran salido del cajón de haber sido creadas desde las normas de la
ficción; y, de paso, convirtió en millonarios a cineastas y novelistas más bien
mediocres que difícilmente hubieran traspasado el metraje de un corto o la
extensión de un relato corto. Repasando la curva de ventas del libro en cuestión
resulta más bien difícil separarlo del influjo del “caso real”, y es ejercicio
tan apasionante como vano trazar hipótesis sobre cuál hubiera sido su umbral de
éxito de tratarse de ficciones. En cualquier caso, ya sea por interés
ontológico o por el morbo anestésico de disfrutar de las desgracias del vecino,
el acercarse a historias reales significa aceptar la ruptura del contrato
ficcional. Pero no solo eso. El proceso de identificación del lector de
Crímenes con algunos de sus personajes constituye un añadido de lo más
incómodo. Sobre esta base también podemos imaginar cuál habrá sido el
itinerario del despojo del propio Ferdinand von Schirach. Su abuelo paterno,
Baldur von Schirach, estuvo a cargo de las deportaciones de judíos en Viena;
fue condenado en Nürenberg y cumplió veinte años de condena en la prisión de
Spandau por crímenes contra la humanidad. Un malo de los de antes.
Alejandro
Feijóo
(Publicado en Esto No Es
Una Revista, número 29-30: Santa Rosa y San Pedro)
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