viernes, 1 de agosto de 2014

Elogio de la fritura

Neil Young hace la "gran González Tuñón" con un disco grabado en una cabina de los años cuarenta que suena a gramola vieja.

A mediados de los años veinte del siglo pasado, un jovencísimo Raúl González Tuñón invitaba a colegas y público en general a echar veinte centavos en la ranura para ver la vida color de rosa. La operación se presentaba bastante sencilla: monedita (quien la tuviera) y a soñar con un mundo excesivo y lujurioso que los alejara de la aspereza de la realidad. El viaje-placebo se efectuaba a través de maquinolas con ranuras que, a cambio de veinte guitas, devolvían imágenes paradisíacas, postales suizas y fotografías de mujeres con los cascos más o menos sueltos. Todo un narcótico para aquellos “marinos alucinados” que llevaban meses alimentando su imaginación a golpe de gaviota.


Casi cien años después, el chico-maravilla del blues rock, Jack White, sigue empeñado en combinar las más estilizadas propuestas estéticas con un homenaje permanente a tiempos y músicos pasados, donde aquello de ser auténtico no era, como hoy, un valor agregado sino una condición. El empeño de White tiene una de sus cotas más altas en la restauración de la Voice-O-Graph, una cabina popularizada en los años cuarenta mediante la cual el usuario podía obtener un registro sonoro en vinilo por apenas unos centavos. Originalmente no eran discos lo que se registraba allí, sino mensajes de voz, por lo cual el artefacto gozaba de gran popularidad entre la muchachada militar destinada lejos de casa. Hasta los años sesenta la Voice-O-Graph gozó de una popularidad que se desmoronó en cuanto comenzaron a extenderse otros sistemas menos aparatosos y de mayor calidad.

No contento con haber restaurado su cabina (su modelo es del año 1947, y se dice que es la más antigua en funcionamiento), White se decidió a usarla. El primero, faltaba más, fue él mismo. El registro del tema “Coal Miner’s Daughter”, de Loretta Lynn, fue el paso inicial que dio pie a un proyecto más grande: invitar a Neil Young a grabar un disco entero. El resultado es este A Letter Home, que incluye once versiones en mono de artistas como Bob Dylan, Bruce Springsteen, The Everly Brothers o Bert Jansch. Acompañado únicamente de guitarra acústica y armónica, Young y la diminuta cabina consiguen un sonido que da vuelta como una media el concepto de vintage para convertirse en “una de las experiencias más low-tech que he tenido”, según declaró el propio músico.

Antes de sugerir su escucha deberíamos desgranar un par de recomendaciones: olvídense del ecualizador, de los graves y de la sensación envolvente del surround. El oyente que se atreve con A Letter Home no escucha un disco: se zambulle en el interior de la pasta de vinilo, se sacude con las frituras e incorpora las impurezas como una planta se traga la luz del sol. La selección de temas no solo acompaña, sino que es asombrosamente pareja. Aun así, es posible encontrar vértices: así como “My Hometown” de Springsteen podría no estar, “Needle Of Death” (Bert Jansch) condensa de manera asombrosa la emoción que destila toda la placa. Porque allí donde estaban la voz aniñada de Jansch y la cadencia rítmica del original, Neil Young nos regala una letanía pagana, una bellísima oda al dolor. Y todo por una monedita. Conviene, porque “con la filosofía poco se goza”.

Alejandro Feijóo



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