lunes, 2 de septiembre de 2013

Sub Cooperativa de Fotógrafos: el ojo que mira el magma

Las fotos del santuario de Gilda nos acercan un espacio de adoración que, casi como una redundancia, se encuentra al borde de la ruta.

La pintura es más que el pintor, y quien lo dude tiene una entrada a su nombre en la taquilla del Museo del Prado. Lo mismo ocurre con la novela, mucho más Madre que el magro novelista. O con la música, cuya memoria suele enterrar los nombres de los pentagramistas más diestros. Sin embargo, decir fotografía equivale prácticamente a decir fotógrafo, casi una figura totémica ubicada en el iris del hecho fotográfico: el chaleco rebosante de enseres y todo el tiempo del mundo hasta la magia del registro. “Yo soy la foto”, se ufana el dueño de la cámara.

The Wall: Entre el muro y la pared

La llegada a Madrid de Roger Waters: The Wall parecía ser una ocasión propicia para que nuestro cronista pudiera desmelenarse y jugar al show de los mitos y las cuentas pendientes con los ochenta... ¿Lo logrará?

La pared es esa superficie contra la que uno se da cabezazos, sobre la cual se clava un clavo o se pinta con rodillo. La pared, lejos de cánones arquitectónicos, es aquello que uno mismo puede derribar o levantar, descascarar, forzar; sentarse frente a ella, castigado o creador. El muro, en cambio, levanta otra semántica. Los muros cuidan fronteras o parten capitales, y quien pinta sobre ellos se arriesga a la bala por la espalda; los muros delimitan épocas históricas y, a diferencia de las paredes, suelen cargar con nombres propios o motes ad hoc. Los muros, se mire por donde se mire, son algo más que las paredes. Y por eso reciben alegorías y discos dobles de homenaje.

OxB_18: La viuda


Una viuda y un tullido entrecruzan sus silencios al borde de una fábula. Solo la palabra podría impedir la tragedia.

Me enamoré de la viuda al instante. En realidad la amaba de antes, de los libros que su marido escribiera para ella, esclavo genial de su contorno ceniciento. Pero fue en cuanto la vi sentada a la mesa del bar cuando comprendí lo que a lo largo de los volúmenes no había llegado a imaginar. Paso siempre por ahí, una esquina entre mi casa y el parque de árboles donde solía leer. De trabajo ya no soy, desde que el coche de un pobre diablo y yo nos atropellamos; él no pudo detener la marcha; yo creí que esas cosas nunca me pasarían.

Desde entonces cargo con esta pierna que no sabe apoyarse. Los médicos tampoco apostaron por mí, pero como a eso estaba acostumbrado vencí con amargura sus mezquindades, las mías y las de mi pierna. Ahora me pagan por ser tullido.

Un papel cualquiera

A Luis, in memoriam

Una tarde de hace treinta años yo tenía quince años. Fue la tarde en que descubrí una canción que hablaba de una chica de pies pequeños con un castillo en el vientre; yo no podía creer que hubiera un tipo que le dijera a su novia que iba a robarle un color; no me entraba en la cabeza. Me acuerdo que corrí (metafóricamente) hasta donde trabajaba mi papá y le conté del hallazgo. Claro, él conocía la canción porque en ese entonces ya era mítica. Se rió moviendo los bigotes y agarró un papel cualquiera.

Caetano Veloso: Abraçaço

El último trabajo del compositor bahiano es un regalo que se abraza con los oídos del alma.

Érase una vez un músico de 70 años de edad y casi tantos otros de carrera, con medio centenar de discos a sus espaldas, que seguía regalándonos un material nuevo que resultaba al mismo tiempo novedoso. Un señor que, apoyándose en una trayectoria categóricamente influyente, inscrita en el bronce de la música popular contemporánea, paseaba por la senectud reinventando sus señas de identidad tropicales, ora electrificándolas, ora dulcificándolas, subvirtiendo su poesía en conceptos más precisos y a la vez más llanos y también más profundos. Y además de todo eso (e incluso de hacernos bailar) es él quien se acerca a darnos un abrazo que –para colmo– trae sufijo aumentativo.

OxB_6: No verbo

El hombre, a pura carrera aeróbica, va por las calles repitiendo un mantra que no incluye verbos.

Este y nueve más. Este y nueve más. El hombre repite en silencio el mantra, así, sin verbo, mientras sus músculos celebran la acción que falta en la frase. Este y nueve más. Con el paso de las frustraciones, correr se había convertido en algo más que una actividad, una cita: una verdad enunciada con seguidilla de infinitivos, “ir a salir a correr”. Luego, son este kilómetro que se transita y los ocho que faltan. Y dentro de seis minutos, aquel y los otros siete. Los números redondos para el hombre corredor: una hora, diez kilómetros, un litro de sudor, una idea en condiciones de no morir olvidada.

El sol del invierno, tibio como una vela sucia. El chándal reluciente, hijo de la novedad. El recorrido urbano mensurado y casi desgastado: la calle en curva hasta el taller, la vuelta y los metros de descenso, un semáforo intermitente, la exigencia del repecho, la recta larga, otra esquina, la iglesia, las baldosas sueltas, la mata de ligustros, otra esquina, la calle en curva hasta el taller. Y la cuenta: este y seis más.

Amy Winehouse, la suicidada por el entorno

Amy Winehouse murió en su casa de Candem, un barrio de Londres que según algunas guías turísticas es “muy conocido por la vida alternativa de sus habitantes”.

Amy Winehouse ha muerto en su casa de Candem, un barrio de Londres que según algunas guías turísticas es “muy conocido por la vida alternativa de sus habitantes”. Nada le quitará a partir de ahora ser también conocido por la muerte “menos alternativa” de una de sus vecinas más famosas. Y es que tras mucho haber amagado, Winehouse entró por derecho propio en el conocido como Club de los 27, esto es, el grupo de músicos más o menos violentamente fallecidos a esa edad juvenil y que tiene en su podio nombres como los de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Brian Jones, Kurt Cobain o Jim Morrison (pero no son los únicos). El lector (y oyente) iniciado matizará que Winehouse solo se une a dicha sociedad por la coincidencia de las fechas, pero elijo que estos no sean lugar ni ocasión para dirimir méritos artísticos.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Christian Scott vs. Miles Davis

El joven parece tener mil años, y el viejo, desde la tumba, frasea como un gangsta. Christian Scott y Miles Davis se suben juntos al ring y noquean a cuanto ortodoxo traspase la frontera.


Jacqueline Du Pré vs. Jacqueline Du Pré

No resulta sencillo aproximarse a la figura de Jacqueline du Pré, considerada la mejor instrumentista británica de los últimos trescientos años, uno de los más brillantes violonchelistas de la historia o, sencillamente, un fenómeno fuera de calificación.


The Felice Brothers vs. Bob Dylan

Los hermanos Felice recogen algunas de las banderas del mito para traer al siglo xxi un folk colectivista gestado en un antiguo gallinero.



Hauschka vs. John Cage

Nuestro cronista en Madrid se apersonó en la presentación de Hauschka y pergeñó un cruce con un antepasado directo del músico alemán: John Cage.



Beirut vs. Neutral Milk Hotel

Pulseada musical entre el despeinado Zach Condon y el engañosamente atildado Jeff Magnum, en la que dos tremendos músicos con sugestivos apellidos no producen sino un interesantísimo encuentro estético.


OxB_12: 36 y 37

La mujer del vagón lee un libro sobre personajes griegos. De soslayo repara en el hombre que está sentado junto a ella. ¿Qué hay entre las páginas 36 y 37 que la mujer que viaja en tren no puede pasar de allí?

La mujer del vagón lee el libro sobre personajes griegos. De soslayo repara en el hombre que está sentado junto a ella. El hombre había reparado ya en la mujer del libro; más bien, con disimulado encorvamiento del espinazo, había reparado en la portada, en su título; la portada del libro tiene colores y el hombre no tolera los colores en las tapas de un libro, al que enseguida clasificó, piadoso como iba viajando, del orden de la divulgación general. El hombre ama clasificar.

OxB_13: Subjuntivo camisón

Amanece en la ciudad. Hay un hombre en la terraza. Hay ropa para tender. Una serie que se rompe a partir de un camisón que, en su imperfecta ubicación, pone patas para arriba el hueso de este relato.

Sería un placer ver al hombre colgando la ropa: medio cuerpo más allá de la ventana asomado sobre un vacío breve; las pinzas en la boca; un día que despunta en ese barrio y los demás. Se paladearía (el placer) si el hombre fuera en el Tiempo el Ser que invoca su nombre en el papel. Pero él es únicamente lo que de sí se imagina: líneas que trazan letras que forman palabras que incendian un sentido que ya fue otro antes de arrodillarse ante la convención del sustantivo. Para entenderse: el hombre no cuelga la ropa. Tampoco enferma o ama. Si fueran permitidas las licencias demiúrgicas, se diría que no dejará de ser sino hasta el punto final. Y así, el colgar la ropa y el dirigir los destinos de una especie son tareas de un solo día, de un rato de mañana de jueves. Y así (como un dios avaro) conoce aquello que aún no ha venido y que para él no es sino espejo y cansancio. Mientras el amanecer sigue su rumbo al amor o la enfermedad.

OxB_11: Bajo el diván

Una revista de romances encontrada como por azar, debajo de un diván, es el disparador de una relectura del pasado y de las incertidumbres del presente.

El hombre descubre la revista y mira rápido hacia la puerta. De un momento a otro llegarán sus invitados. Está todavía de rodillas, el diván lejos de la pared, el polvo a medio recoger y el pantalón de entrecasa, motas y restos junto al zócalo. El hombre dobla la revista y retira la mirada con pudor. Aunque busca ser insinuante, la fotografía no resulta sensual. Recostada sobre una chaise longue que ocupa el centro de un estudio, la joven se estira como si el sol bañara su rostro, su cuello, el escote con estrías. La pose tiene algo de artificial, quizá fuera la cabeza, perpendicular al tronco; la sombra choca contra el respaldo mientras las arrugas de la falda anuncian las rodillas que sostienen el libro; el hombre imagina el exceso de celo del fotógrafo novato ante la estrella incipiente. Y si bien los dientes de la joven redundan en la idea de que a la vida se viene para ser feliz, sus labios redondean una mueca de amargura. El hombre ya no necesita convencerse de que es ella. La única duda que lo aborda es cómo aquella revista de romances pudo acabar bajo su diván.

OxB_9: La mancha

Un hombre que una mañana se levanta habiendo trocado una persistente tos por una mancha en la frente es el disparador de una aguda mirada sobre el deterioro del amor.

Aquella es una mañana a la que no le interesa disimular su brillo. No al menos en lo que respecta a la franja oblicua que ilumina al hombre, aún echado en la cama, enredado en el recuerdo borroso de un sueño que pudo no haber ocurrido. Aún confundido por la hiriente amabilidad de ese feriado, el hombre sabe que llega a la vigilia columpiado en las hilachas de la discusión de la noche anterior, cuando la mujer y él volvieron a representar los personajes que acabarán siendo cuando la vejez pise las vidas alquiladas que habitan. A su lado hay una sábana vacía.

OxB_8: Pax

Nada. Siempre. Nunca. Todo. Valores absolutos en los que se mece el centro de este relato desgranado con aires de melancolía... y algo más.

Como todo, todo empieza en el reproche: “Nunca haces nada”, acusa ella. Pero él piensa distinto, pese a saber que este alegato no va de pensamientos. Para empezar, “nunca” resulta imposible, porque él recuerda haber hecho una cosa en algún momento (es igual cuándo, alcanza con que el tiempo venga con mácula). Y “nada” sigue camino parecido, puesto que el solo recuerdo de la cosa emprendida invalida la enunciación de lo jamás realizado. Y hay algo más: el hombre “siempre” quiere estar tranquilo. Y hace “todo lo posible” por obtenerlo. La mujer, por su parte, niega la mayor, como cada vez que exige al otro lo que ella misma es incapaz de reclamarse.

Y entre exageraciones y dobleces, crece entre ellos lo que cualquier topógrafo llamaría “distancia”.

OxB_4: Nueve pasos (2/2)

No todos los reencuentros implican un encuentro, aunque resulte paradójico a primera leída. Este relato, dividido en dos entregas, constituye una prueba fehaciente de ello.


El éxito pasa por conseguir saltearse la invitación a comer. La incómoda pero imprevista excusa y un adiós frío que apague la esperanza de más “volver a verse”. Iniciar un proceso de comida, con todo lo que ello implica, se me antoja una cuesta arriba ensombrecida por la segura aparición del marido. Mientras le busco la vuelta al sofá, Eva me habla de que busca trabajo. Para quien no me conozca aclaro que esto es así: las cosas tienen que parecerse en mucho a como yo las preveo; de lo contrario, más o menos espontánea, nace una estrategia de retirada. A pesar de estar de espaldas a la puerta, desde el sillón puedo controlar todo el salón, ver cómo Eva se inclina sobre el teclado con los ojos vacíos pegados a la pantalla. Busca el móvil, teclea varias veces, se vuelve hacia mí. 

OxB_3: Nueve pasos (1/2)


No todos los reencuentros implican un encuentro, aunque resulte paradójico a primera leída. Este relato, dividido en dos entregas, constituye una prueba fehaciente de ello.

Demoro cerca de una hora en llegar a lo de Eva. Bastante, pero menos que los cinco años que hemos tardado en volver a vernos. No conozco su nueva casa, en este barrio flamante nacido al sol del ladrillo. Tampoco conozco a su hija, a quien Eva y su marido también acaban de conocer. Sinceramente, soy incapaz de acertar con el nombre de la niña; lo leí en el Power Point con que me había invitado mi amiga, una presentación muy dulce hecha seguramente por su esposo, pero no me alcanzó para hacer un vínculo verbal. Es igual. Eva fue una chica que ahora ya no es, y a quien conocí cuando nadie quería saber nada de hijos. Ni de dinero. Yo sigo igual. Ella ya tiene ambos, aunque apenas lleva tres semanas ejerciendo de madre. Aun con este escalón que hoy nos separa, y salvando esa manía madura de “volver a verse”, llego entusiasmado a esta urbanización fantasma, las calles con nombres de colores: calle Rojo, calle Amarillo. No veo la calle Negro.

OxB_14: Suenan perros


Ladridos en la noche. Noche de perros. Vida de perros. En esos vericuetos se pasea el personaje de esta nueva edición de Oro por baratijas.


Como todo el mundo sabe, el verano es esa época del año óptima para escenificar la broma de la inmortalidad. Por esta razón, y no por la más evidente de los calores, el hombre decide anular sus paseos vespertinos y se entrega a la distracción de la pantalla, las comidas a deshora y –más avanzado el sobrante, el aire sin ruidos– al repiqueteo de algún vicio, como si la noche que se acerca fuera la primera de una serie infinita de noches. Siempre futuro y parsimonia, un mar muerto de minutos, flotar en silencio, el verano.

OxB_15: La meta y el camino

Una multitud empuja al hombre a escapar de aquello de lo que no se conoce (aún) escapatoria. 

Por muy inmortal que se crea, el hombre disfruta del verano, para qué negarlo. Sobre todo porque tras esta versión de la meteorología hay un perfil de la soledad; el tiempo se dilata y el silencio cobra anchura. Pero no todos comparten esta candidez. Entre los disidentes más robustos se encuentra una de las religiones monoteístas con mayor número de fieles. Esta institución ha decidido organizar una visita de su máximo representante a la ciudad donde vive el hombre. El episodio no pasaría de anécdota si no fuera por que el ejercicio privado de confesionalidad se convierte en una manifestación pública que ocupa las calles adyacentes al domicilio del hombre y buena parte de la barriada. Con un detalle añadido: a la impudicia de la misa al aire libre se sumarán millones de participantes que la organización da por asistentes antes de que comiencen a asistir.

OxB_16: Sala de espera con anillo de fondo


Una sala de espera provoca un diálogo en el cual las ausencias y las fantasías se entreveran con las horas que pasan inexorablemente.


–Te pedí que te sentaras.
–No me lo pediste. Me lo dijiste. Tú nunca pides nada. Al menos a mí.
–¿Qué hora es?
–¿A qué hora lo subían a Mario? 
–Han dicho que en media hora. ¿Puedes dejar de moverte?
–Eso, lo traían sobre las cinco. Ahora son menos cuarto.
–Gracias por sentarte. No puedo hablar contigo si vas y vienes.
–¿Quieres un café? Hay una máquina.
–Gracias pero no. Mi cuerpo no soportaría nada ahora.
–Como quieras. Yo sí necesito algo. Seguro que estará horrible.
–¿El qué necesitas?
–No sé, algo que no tengo ahora. 
–Necesitas a Mario. A mí también me pasa.
–No te crezcas por estar aquí, así… Hace tiempo que a ti y a mí no nos pasan las mismas cosas. Y sí, has acertado: lo necesito de vuelta. 
–Ya lo traerán. No debes preocuparte.

OxB_17: Otro yo era posible


El hombre pasa de la ducha a las abluciones y de las abluciones al estado natural en busca de un espejo roto por el tiempo.

Al igual que casi todo lo que se recuerda, el caso del hombre comenzó con una desgracia. Una desgracia breve, significativamente cotidiana, pero que acabó ensuciando su vida. Hacía tiempo ya que el hombre había pasado los veinte, años más de vino que de rosas, y también los treinta, cuando la apuesta por la plenitud empezó a precisar de estímulos externos. Instalado en los cuarenta, más bien en la curva donde los cuarenta doblan el espinazo, el hombre vislumbró (una mañana bajo la ducha) que llevaba toda su vida trabajando y volviendo de trabajar. Y con el ímpetu que da la frustración recién descubierta se lanzó a hacer aquello que jamás. Un grupo de amigos y una pelota le dieron a la cita semanal un barniz lúdico. Y aquello fue juego, aunque por poco tiempo, hasta que los ligamentos giraron sobre sí mismos y dejaron al hombre al borde del quirófano. Pero no habría secuelas, juró el hombre de blanco; varias semanas de yeso, solo esa incomodidad; mírelo de esa forma.

OxB_20: La fiesta del cuchillo

El encuentro casual de un corazón y un cuchillo sobre una mesa de disección precede a un rito onírico marcado por el pudor del abandono.

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El hombre agacha la cabeza apenas cruzado el portón de hierro; parece por instinto, pero los pájaros vuelan bajo y lo amenazan con sus garras. Tiene la decisión tomada y su corazón en una mano. El corazón chorrea como una fuente y el pozo en su pecho sigue manando. Pero la sangre se desvanece antes de llegar al suelo y la alfombra no se mancha. El anfitrión que lo recibe sonríe con brillo en los ojos. El hombre levanta la cabeza y ve los nidos en los flancos de la cúpula. Sobre los invitados brilla una nube de plumas plateadas que son de barro bajo el peso de las luces. No es música lo que suena pero la fiesta parece animada.

OxB_21: Atrás vuelta

Una visita inesperada puede arruinarle la tarde a cualquiera, incluso a quien muere de deseo por ser visitado esa misma tarde.

El hombre piensa que la próxima vez que la vea le dirá todo. El agua ha comenzado ya a hervir y salpicar. Una gota, mínima o transparente, cae sobre el dorso de su mano, la piel se tensa, por un instante los dedos cocean al aire tratando de ahuyentar la partícula de dolor. Cualquiera solventaría primero la coyuntura; la forma más simple, disminuir el fuego, incluso apagarlo. Pero el hombre decide sin decidir que todo siga deviniendo, entregado a la causa circular de que la próxima vez que la vea Le diré todo y no tendrá vuelta atrás. Después será el abismo, el cero absoluto: un estado puro de nada; su cuerpo, el abandono, Darme por vencido. Pero eso será Después. Ahora, el hombre todavía sostiene en la otra mano la cuchara del azúcar; al ras y en perfecta horizontal. La sostiene desde siempre, desde que la verdad le interrumpiera el café de la tarde. La sostiene sin temblor, sin temblor ni sombra de congoja, solo el hormigón del adiós flotando sobre sus ojos chiquitos, muy chiquitos, las pupilas como alfileres negros. Y no tendrá vuelta atrás. Probablemente. Después.

OxB_22: La herida


Confusa en su origen, la herida marca al hombre un camino que no deja opciones a la redención ni a otras máscaras. 

Cuando despierta, la herida ya está ahí, en el muslo del hombre, como un pétalo dormido. La reacción primera, antes de la extrañeza, es la de palpar, sentado al borde de la cama, los pies en el suelo, la cabeza empeñada en un sueño del que no hay relato. Un pinchazo de dolor frío lo estremece con la brevedad de un acierto. Prueba de nuevo y esta vez el dolor tarda más en morir. Necesita un espejo, aunque la herida se vea. El hombre piensa que la herida podría desaparecer y seguir siendo herida, de tan derramada como está en la carne. De donde proceda, allí saben hacer heridas.


OxB_23: Como los perros que hablan en las películas


Cuando la espera desemboca en el tiempo, empiezan a pasar cosas que atropellan la lógica de una tarde cualquiera. 

Este es otro episodio, distinto de los anteriores. Pero el hombre lo hace otra vez y se duerme tras la comida. Unos minutos, acaso segundos, un fragmento de menos, pues la luz acaba de cambiar al plomo de la tarde primera. Maldice el sueño breve, el rato de un día que fue liviano y ya es desperdiciado, y se aterra también brevemente ante la espera de una noche insomne más larga de tinieblas. El brillo que cuelga de las persianas lo muestra desnudo; nadie lo ha visto así en este tiempo de calor que termina. Se acerca a la cocina; por inercia tira de la puerta. Los estantes pelados expanden la estancia de lo primitivo; tampoco tiene hambre; nada se desea en la espera más que lo incierto; el hombre cree que si él fuera la otra persona ya lo habría decidido. Pero el hombre es anticuado y espera, y así son las cosas de este orden. Se viste primero y sale después.

OxB_1: Angelitos


El hombre se enfrenta a uno de los más temidos momentos en la vida de un sujeto: el encuentro con el dentista. 

No es dolor lo del diente. Ni miedo ese latido espontáneo que me bombea el pecho. Pero algo de los dos bichos me empieza a picar mientras espero en la salita. La "última hora de la mañana" que elijo para la cita es a la una, esa frontera donde ya decayó el entusiasmo matinal y el ansia empieza a oler a Madrid, a menú de dos platos, vino y postre; incluso bajo el techo de la crisis.

OxB_2: Felis cumpleaños


Un día, el hijo de Santana cumple años. Un viaje a la celebración en el cotidiano de inmigrantes y asimilados en la capital de un país que (hasta ahora) sigue siendo Europa. 

De la nada salió el cumpleaños de Santana. No había previsión de tal acontecimiento, y hubo que hacer un hueco en la cargada agenda que, cual zanahoria, me lleva pacíficamente de la condición de inmigrante a la de asimilado. Yo no lo veía muy claro, mi hija tenía entrenamiento esa misma tarde, pero accedí al ver en su rostro el entusiasmo por la fiestita. 

Me sonaba el tal Santana, aunque no acertaba a casar cara con nombre. La cita era en la puerta del colegio, desde allí el padre de Santana llevaría a los invitados en la parte de atrás de una furgoneta.

OxB_5: Domingos


La placidez de algunos domingos puede encubrir una tensión que, indefectiblemente, se escapa de las previsiones y demuele las buenas intenciones. 

En el jardín la conversación entre personas es jubilosa, animada, casi mareante. Cierto es que a esta sensación de irrealidad contribuyen la planicie de un mediodía de domingo, la estepa de la madurez por la que transitan sus vidas y un aroma embriagador que rodea el chalé. Pero aunque estas circunstancias no se hubieran producido, nuestros protagonistas no serían menos volubles, vista la fortaleza de unas existencias a las que los vaivenes propios de la supervivencia no consiguen mellar.

OxB_7: Adeste fideles


La Navidad y un relato citadino. Jingle bells y algo de melancolía...

La tarde se había hecho noche. Y en esa frontera breve, los faros de xenón agonizaron al gris. Pero el interior del coche filtra la realidad, y las ráfagas heladas se adivinan azules al chocar con la luz gastada de las farolas. La frescura de la tapicería, el ronroneo de un motor casi virgen, la armonía entre las formas flamantes y el ímpetu electrónico: el joven pudiente lleva mucha vida esperando tal momento; si tal es la envergadura en su entrepierna, la espiral de su entrecejo. Pisa el acelerador y el semáforo rojo queda atrás. La radio dicta imperativos. Y ni hay entusiasmo por la infracción.

El joven pudiente cruza la avenida como si él fuera un otro, como si el coche no se lo hubiera regalado su padre pudiente, aunque el mérito sea pasto de matices. Salvo la flecha del velocímetro, nada ocupa su sitio.

OxB_10: Banderas de nuestros padres


Fragilidades y fortalezas; banderas de tela y simbólicas; padre-hijo-esposa, son algunas de las piezas con las que flamea este relato intenso.

El hombre ama a su hijo pequeño sobre demás cosas y seres. Pero el condenado no acaba de cenar, ni su madre acaba de volver del trabajo. Y el amor es cárcel, un engendro de puré de zanahoria ya tibio; es demora en el babero, en el plato decorado con gatitos, en la respiración agitada del hombre que aguarda poder irse. Cierto, su cita es informal, y quien le espera también lo es. De modo que respira hondo, intenta con la cuchara un nuevo vuelo de papilla que el chiquillo aborta apretando los labios. Suena la alarma de un reloj. El hombre piensa que, antes de ser padre, noches como aquella eran importantes. Ahora, fragilidad y fortaleza barnizan el peso de las cosas, las hacen si no leves, sí prescindibles. Aunque de esto último no acierta a esgrimir ninguna razón.

OxB_26: Deltas

Una isla que no es isla se convierte en el escenario de un adiós mucho más antiguo que sus protagonistas.

No es una isla y sin embargo llegan en bote. Hay quien llama deltas a estas desemboca­duras, así lo hace al menos la gente del lugar. Pero la cabaña pequeña y despojada a la que se dirigen la mujer de piel cerosa y el hombre impermeable se encuentra en un saliente de tierra firme unida por tierra al resto de tierra firme. El hombre sabe que, en el peor de los casos, podrá regre­sar caminando a su lejano hogar.

El joven remero lo ayuda a bajar del bote ya atracado y todavía tambaleante; alrededor de las maderas crujientes el agua es barrosa porque por allí el río y el mar se juntan; el remero la ayuda luego a ella a salir del bote tambaleante, ofreciéndole una de sus manos macizas; ella se revela ágil y salta sobre esas maderas que hacen de muelle.

Peter Brook: "El traje"

Entre el appartheid y el adulterio transcurre esta lección de teatro y compromiso que Peter Brook y compañía regalan en su estreno en Madrid.

Resulta extraño o curioso asistir al Festival de Otoño cuando la primavera extiende sobre la tarde de Madrid un manto de ocaso cálido. Son las consecuencias de las operaciones estético-políticas que llevan a los responsables (sic) culturales a forzar la reprogramación de la gallina de las bambalinas de oro, que como su nombre indica siempre ha tenido a la otoñal como su estación ponedora. Pero aunque aún no lo sé (la cola avanza rápido), la confrontación entre nombre y meteorología no actuará sino como preludio de los otros juegos de confusiones que aguardan replegados tras los estupendos escenarios de los Teatros del Canal. Es la mano de Peter Brook la que mecerá esa cuna, de modo que otro espejo no solo es posible, también probable.

Fascismo ordinario: Elogio de un futuro pretérito

Un documental soviético de los años sesenta se agita como trampolín hacia un futuro anunciado de la vieja dama europea y sus vestidos harapientos.

Moría el siglo xviii cuando Francisco de Goya numeraba con el 43 su aguafuerte “El sueño de la razón produce monstruos”. El grabado representa al artista en pleno sueño acechado por una docena de murciélagos y rapaces. Son tales su fuerza expresiva y la felicidad de la composición que hoy día constituye una de las piezas más afamadas de su serie de Caprichos. Tanto, que a menudo se cita su título incurriendo en confusiones, casándolo con referencias bibliográficas o discursos tan célebres como apócrifos.

Lejos de Goya en época y discurso estético (y quizá no tanto), el documental Fascismo ordinario escenifica una de las lecturas posibles de la sentencia goyesca. Parida en la Unión Soviética de los años sesenta por Mijail Romm, la película desglosa el régimen nazi a partir de material fílmico confiscado. Y lo hace con una destreza narrativa que la distingue de la maraña de reportajes existentes alrededor de Hitler y su régimen. A través de la explotación de técnicas de montaje singulares para la época, Romm establece un diálogo rápido entre unas imágenes con sentido propio y una narración que no le escapa a la ironía. El resultado es un ejercicio cartográfico sobre el fascismo como producto necesario de la modernidad, y a la vez como su oxímoron.

Salesman: Y primero fue el verso

Los vendedores de biblias retratados por los hermanos Maysles llaman a tu puerta dispuestos a engatusarte con el paraíso en doce cuotas sin intereses.

De la primera película firmada por Auguste y Louis Lumière a la última de Joel y Ethan Coen, los hermanos le han dado al cine tanto el esqueleto que lo convirtió en el séptimo arte como un revólver para vengarse del malo. Muchos hijos de sus mismos padres han sabido dirimir la competición vital de la fraternidad por medio de fotogramas inolvidables, ya sea en camarotes infinitos o mediante padres tiranos. Todos ellos (incluidos los Tres Chiflados), cada uno en su registro, confirman que a Caín y Abel, sobre todo al primero, les faltó algo de tempo narrativo. Por fortuna los hermanos Maysles no llegaron a los extremos de los bíblicos sino que se entendieron a través de una profusa filmografía documental cuyo repaso abarca semblanzas de la vida de Orson Welles o Marlon Brando, el elogio a la decadencia de Grey Gardens, o Gimme Shelter, el polémico concierto de los Stones en el que los Ángeles del Infierno apuñalan a un chico en cámara. Ante tales estaturas, Salesman puede colarse como obra de menor volumen; al cabo no es más que el retrato de un grupo de vendedores de biblias de Boston, con sus vidas vacías y sus trajes arrugados.

La niebla de la guerra: Las buenas lecciones del mal

Un puñado de lecciones que bordean lo metafísico nos ayudan a comprender toda la maldad que pueden llegar a perpetrar los buenos de la película.

La palabra lección remite casi por necesidad al acto pedagógico, a la impronta que a través de este deja el maestro en el discípulo. Pero el término reserva un rincón semántico a lo punitivo y la reprimenda. Entre ambas acepciones se ubican las Once lecciones de la vida de Robert S. McNamara expuestas en la película dirigida por Errol Morris, ganadora del Oscar de 2003 al mejor documental largo. El experimentado Morris se sirve de la metáfora la niebla de la guerra para condensar el carácter testamentario de las confesiones del exsecretario de Defensa estadounidense entre 1961 y 1968, un período en el que la Guerra Fría tuvo el mercurio al rojo vivo. El documental ofrece la mirada introspectiva de un personaje cuando menos complejo cuyas reflexiones devuelven hipótesis múltiples, que abarcan tanto los mecanismos de la Realpolitik como aquellos que se acercan a lo impalpable del ser humano como actor, diríamos, óntico. A ello contribuye el camino de ida y vuelta entre la entrevista central a McNamara y las escenas de archivo, repartidas entre el material fílmico de la época y las grabaciones sonoras desclasificadas que descorren el velo de las grandes decisiones políticas para convertirlas en conversaciones domésticas que rayan la banalidad.

Poemas culinarios

“¡A la mesa!”, gritó mamá. Y todos corrimos con papel y lápiz a lavarnos las manos en la belleza sencilla de la cebolla y el congrio

Desde los púlpitos soviéticos, la bocha lustrosa de Lenin temblaba de emoción al declarar la violencia como la partera de la historia. Lo que en realidad significaba el intenso de Vladimir era que en la cocina de la humanidad bullían los guisos de las bayonetas condimentados por la clase social que protagonizaría el porvenir. Las cosas después se fueron torciendo, sería inútil negarlo, y los humos de la antítesis hoy ennegrecen aquello que irremediablemente acabará por no llegar nunca.

Poemas equinos

Montados a lomo de la palabra recorremos algunos poemas en los que el caballo va cabeza a cabeza con la metáfora.

Si uno pertenece a la categoría “niño de ciudad”, es más que probable que la primera referencia al mundo equino fuera la del caballo blanco de San Martín (o el del apóstol Santiago o el correspondiente equivalente transmundano), incólume en su cromática leyenda redundante por los Andes de los renglones. Desde su galope resignificado a través de los pasos cordilleranos, el corcel comienza a abocetar una mística que se embarra como los héroes de dos metros con la misma facilidad con que construye hazañas domésticas, prácticamente inexistentes. Así, el caballito no tarda en alzar las primeras metáforas, que podrán estar vinculadas al espasmo de una idea o al enhebrar de los sentires más remotos, pero siempre con riendas de vivir el tiempo hasta que el magma-palabra erupcione sobre el ansia del embridar.

Roberto Juarroz. Poesía vertical

Una edición bilingüe de la Poesía vertical de Roberto Juarroz lleva hasta Italia algunos de los versos más precisos jamás escritos en español.

Bien mirado, no cabe duda de que la poesía es un idioma universal, tal y como lo atestiguan estratos de generaciones que han volcado en el poema sus objetos más recónditos de deseo y temor. Sin embargo, cualquiera que se haya acercado a las celdas de la colmena de la traducción poética puede atestiguar la profundidad de aljibe de un verso cualquiera, inasible en tanto idea de la palabra y no del poeta, lo cual coloca a la convención universalista en la categoría de eslogan de centro comercial.

La Alhambra

La Alhambra es de esos lugares infinitos que se siguen recorriendo mucho tiempo después de haberlo visitado.

Cuenta la leyenda (la leyenda de los vencedores católicos) que cuando el rey morisco Boabdil abandonaba derrotado Granada, volvió la vista atrás y lloró. No estaba solo. Su madre se lamentó con indignación: “Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”. Como todo el mundo, suponíamos que la ignominia de la capitulación ante Fernando e Isabel estaba detrás de ese llanto. No en vano habían sido ocho siglos de imperio. Después de visitar la Alhambra la leyenda adquiere otro significado. ¿Cuántas de aquellas lágrimas no iban dedicadas al palacio que dejaba a su espalda, aquel que Boabdil llamaba “el paraíso terrenal”?

Julio Lavallén: Talkin Heads

Tras una larga y sólida trayectoria, Julio Lavallén nos presenta la serie "Talkin Heads", donde las cabezas piensan entre sí.

Es probable que quien haya tenido la dicha de relacionarse con la obra de Julio Lavallén (Concordia, 1957), en alguno de los múltiples diálogos que esta propone, haya intuido intersecciones con los trazos de Francis Bacon, las formas mórbidas de Jan Saudek, la sensualidad abandonada de Egon Schiele. Y a su vez de todas ellas con Velázquez, como leña maestra de la que resulta necesario astillarse. Y no será vana esta intuición, pues más allá de los aspectos formales que las enlazan, más allá de la rehabilitada lubricidad de las carnes, tendrá el espectador la poco cómoda emoción de que la realidad no se compensa sino que se exhibe –aun engatusada por lo onírico– como miembro del instante, que como todos sabemos es el único vértice donde el tiempo nos obedece.

Las cárceles imaginarias de Giambattista Piranesi

Las cárceles imaginarias de Piranesi atraviesan los siglos sin perder un ápice de su demencial modernidad.

Si diéramos por canónicas las palabras de Roberto Juarroz que publicamos en este mismo número (“El hombre es siempre / el constructor de una cárcel. / Y no se conoce a un hombre / hasta saber qué cárcel ha construido”), lo más natural sería concluir que Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) es uno de los artistas más transparentes de la historia. Para ello, deberíamos permitirnos alguna licencia, como la de interpretar de manera generosa el grupo nominal constructor de una cárcel, pues este prolífico arquitecto y grabador veneciano no edificó, en sentido estricto, prisión alguna. Sin embargo, el puñado de proyecciones carcelarias bautizadas como Carceri d’Invenzione (‘Cárceles imaginarias’) constituye una obra magna que bien equivaldría a la edificación propiamente dicha. En este conjunto de aguafuertes febriles, Piranesi expresa –con iguales dosis de refinamiento técnico e incontinencia ficcional– los diferentes planos de profundidad de un universo irrealizado que tanto se apoya en los círculos concéntricos de Dante como se proyecta hacia las artes audiovisuales del siglo XX.

Matthew Herbert: One One

Hace ya tiempo atrás, Matthew Herbert escribió: "No quiero que la música sea desmembrada del cuerpo que la canta". En esa declaración adicional a su manifiesto artístico es donde el inglés hace base para darnos su nuevo disco.

Hablar del pelado Herbert es hacerlo de uno de los referentes ineludibles de la música electrónica de lo que va de siglo. Consciente de que la etiqueta “electrónica” puede atraer y espantar a partes iguales, digamos que las sinapsis del músico, DJ y productor inglés han parido algunas de las mejores pistas de esta década, apreciadas por igual por dancers inquietos, jazzeros más o menos empedernidos, curiosos de los sonidos incidentales y melómanos varios en busca del grial por octavas.

Eels

Parafraseando la conocida boutade atribuida a Groucho Marx, cuanto más conozco al ser humano más quiero a Eels. Así comienza la nota que nuestro corresponsal en Madrid pergeñó a la luz del show de Mr. E y los suyos en la madre patria.

Instrucciones de uso
Parafraseando la conocida boutade atribuida a Groucho Marx, cuanto más conozco al ser humano más quiero a Eels. Es lo que ocurre con ciertas pasiones laicas, construidas al calor del desamparo bajo las sombras de la pérdida. Para quien no sepa, los salmos de Mark Oliver Everett –Mr. E para amigos y ex amantes– se recubren de la espuma naif propia de las aguas del indie para hacer más llevadera la contundencia del dolor. En plena catarsis creativa, Mr. E nos ha regalado en menos de un año tres placas fantásticas que tanto pueden servir de trampolín al respiro espiritual como de aventura iniciática por las barbas del nihilismo romántico. El viaje está servido.